La traducción, siendo una actividad puente
entre culturas, está afectada por las relaciones de poder existentes entre
culturas y sistemas literarios. La teoría de los polisistemas desarrollada por
Even-Zohar (1990) explica la interacción entre la literatura y los demás
sistemas que estructuran cada sociedad, al igual que la función de la
traducción en la realidad literaria y social de cada comunidad. El giro
cultural que se manifestó en los Estudios de Traducción en la década de los
noventa tuvo como consecuencia la proliferación de trabajos sobre los aspectos
socioculturales de la traducción[1] y temas de ética, al
igual que sobre el papel del traductor. Al mismo tiempo, muchos escritores
importantes empiezan a traducir y escribir sobre la traducción – hecho que
refleja la realidad de un mundo globalizado, en el que millones de personas se
han tornado, por elección o necesidad, bilingües o multilingües (Bassnett,
2013: 14). En este contexto, según sostiene Bassnett (2013: 15), los Estudios
de Traducción y el estudio de la Literatura Comparada empiezan a interesarse
por el traductor/re-escritor y, en consecuencia, por los autores que escriben
en más de una lengua – autores que podrían (o no) caracterizarse como «autotraductores».
1.1. Definición y
estado de la cuestión
En nuestro intento de acercarnos
teóricamente a la realidad actual de la autotraducción literaria, no podríamos
sino empezar por algunas de las definiciones que se han dado al respecto.
George Steiner se refería a la autotraducción en After Babel:
A peculiarly illuminating, intentional strangeness can
result when a writer, particularly a lyric writer, translates his own work into
a foreign language or is instrumental in such translation. [...] The writer
makes a gift of his own work to another language yet seeks in the copy the
primary lineaments of his own inspiration and, possibly, an enhancement or
clarification of these lineaments through reproduction. Again, the mirror acts
as independent witness, (1975: 336).
Hace más de cuarenta años,
Anton Popovič, en su Dictionary for the Analysis of Literary
Translation, definió la
autotraducción como «the translation of an original work into another
language by the author himself», (1976:
19). Más adelante,
Fitch definió el productο de la autotraducción como «texte produit par le processus
de la traduction de soi, là où, l’auteur du texte-cible et celui du texte
source sont une seule et unique personne», (1985: 111-112). La inclusión del
término en el Dictionary of Translation Studies de Mark
Shuttleworth y Moira Cowie, (1997: 13), marca un hito en el reconocimiento del
mismo, añadiendo a la definición de Popovič la distinción que hace Koller entre autotraducción y
traducción “verdadera” (“true” translation): «[…] the issue of FAITHFULNESS is different in the case
of auto-translation, as the author-translator will feel justified in
introducing changes into the text (1979/1992:197) where an ‘ordinary’
translator might hesitate to do so».
Por su parte, Rainier Grutman en la Routledge Encyclopedia of Translation Studies de Mona Baker define la autotraducción como «the act
of translating one’s own writings into another language and the result of such
an undertaking». Y añade: «Once thought to be a marginal phenomenon (as
documented in Santoyo 2005), it has of late received considerable attention in
the more culturally inclined provinces of translation studies», (2009: 257).
A partir
del siglo XXI los estudios sobre la autotraducción empiezan a difundirse y
muchos investigadores, al igual que autores que la practican, ofrecen su propia
visión al respecto. En The Bilingual Text de Hokenson y Munson se
ofrece la siguiente definición para el texto autotraducido (o bilingüe): « […]
the bilingual text refers to the self-translated text, existing in two
languages and usually in two physical versions, with overlapping content» y más
adelante se define el autotraductor como «the bilingual writer who authors
texts in one language and then translates them into the other», (2007: 12). Unos
años más tarde, Hokenson define los autotraductores literarios como «artists of
language who undertake to recreate fictions as artwork in a second language»
(en Cordingley 2013: 45). Dasilva,
por otra parte, reconoce la dificultad de dar una definición satisfactoria:
[…] el fenómeno de la
autotraducción escapa a una descripción única de naturaleza general.
Efectivamente, consideramos que la autotraducción es un tipo de traducción
poliforme en que intervienen diversos componentes, como entre otros el perfil
del escritor, el concepto que el propio creador posee de la autotraducción o,
en fin, la competencia técnica del autor como traductor en sí, (2010: 267).
Bassnett,
por su parte, hace hincapié en la problemática del término en relación con el
requisito de la existencia de un texto original, el cual no es siempre el caso
cuando se trata de escritores bilingües:
The term ‘self-translation’ is problematic in several
respects, but principally because it compels us to consider the problem of the
existence of an original. The very definition of translation presupposes an
original somewhere else, so when we talk about self-translation, the assumption
is that there will be another previously composed text from which the second
text can claim its origin. Yet many writers consider themselves as bilinguals
and shift between languages, hence the binary notion of original – translation
appears simplistic and unhelpful, (2013: 15).
Ahora
bien, hasta hace relativamente pocos años, el fenómeno autotraductor estaba
considerado como una acción marginal, «una especie de rareza cultural o
literaria, residuo menor, rincón oscuro y apartado quizá de la Literatura
Comparada, tal vez de los estudios de Traducción, acaso de la Lingüística
Contrastiva», (Santoyo, 2005: 859). Bastaría mencionar solo unos ejemplos para
darnos cuenta de la difusión de dicha opinión – tópico: Brian T. Fitch,
escritor y profesor en la Universidad de Toronto afirmaba en su estudio Beckett and Babel: «Direct discussion or
even mention of self-translation is virtually non-existent in writings on
theory of translation», (1988: 21); el mismo Dictionary
of Translation Studies de Mark Shuttleworth y Moira
Cowie, (1997: 13), afirma que «little work has been done on autotranslation».
Asimismo, había tanto autotraductores como estudiosos de la traducción que
consideraban que la práctica misma de la autotraducción era una rareza: Antoine Berman, en L’Épreuve de l’étranger sostenía: «Pour nous, les auto-traductions
sont des exceptions», (1984: 14); Raymond Federman, escritor y profesor en la
Universidad de Nueva York apuntaba en 1996: «I also, at times, translate my own
work either from English into French or viceversa. That self-translating activity is certainly not very
common in the field of creative writing. In that sense then, I am somewhat of a
phenomenon»[2].
No obstante, ha habido, por otra parte, algunos
estudiosos de opinión bien distinta: «Indeed, self-translation is a much more
widespread phenomenon that one might think», (Whyte, 2002: 64). Asimismo,
según Santoyo, la autotraducción no es característica de la Europa
renacentista, «sino característica en pleno siglo xx y xxi de
Canadá y los Estados Unidos, de la India, España, Rusia, Irlanda, Francia o
Sudáfrica, como característica lo ha sido igualmente en cualquier otro tiempo,
desde la Edad Media», (2005: 859). Según nuestro punto de vista, la
autotraducción se ha convertido en los dos últimos siglos en una actividad
mucho más frecuente de lo que se pensaba, hecho que se debe tanto al progresivo
auge de contactos entre lenguas como a una serie de razones.
Como se deduce de lo dicho hasta ahora, el estudio
autotraductológico ha estado ausente del ámbito académico durante mucho tiempo.
Sin embargo, desde inicios del siglo XXI se nota una proliferación de los
estudios al respecto, tanto sobre el fenómeno de la autotraducción dentro del
ámbito de la teoría de la traducción literaria –algunos (Bein, 2008; Dasilva,
2011; Grutman, 2013, entre otros)
enfocando la cuestión desde el punto de vista sociolingüístico y/o
sociopolítico–, como sobre la investigación de casos concretos de
autotraductores[3]. Algunas
de las aportaciones más importantes desde el punto de vista literario han sido
la creación del grupo de investigación sobre la autotraducción literaria
AUTOTRAD de la Universitat Autònoma de Barcelona fundado por Francesc
Parcerisas y Helena Tanqueiro, al igual que la aparición de números especiales
dedicados a la autotraducción de ciertas revistas, como: Quimera, (número 210, 2002), In
Other Words: the Journal of the British Centre for Literary Translation,
(número 25, 2005), Atelier de Traduction,
Autotraduction (número 7, 2007), Quaderns. Revista de traducció, (número 16, 2009), Orbis Litterarum (número 68:3, junio de 2013), Glottopol: “L'autotraduction: une perspective
sociolinguistique”, (número 25, 2015), Ticontre. Teoría Testo Traduzione: “Narrating the self in
self-translation” (número 7, 2017).
Asimismo,
cabe mencionar aquí unos volúmenes que han aparecido en los últimos años
dedicados exclusivamente a la autotraducción, como Aproximaciones
a la autotraducción, editado por Dasilva & Tanqueiro en 2011, Traducción y autotraducción en las literaturas ibéricas, editado por Gallénc & al., también en 2011, Self-Translation:
Brokering Originality in Hybrid Culture, editado por Cordingley,
(2013), L'Autotraduction aux frontières
de la langue et de la culture, editado por Lagarde & Tanqueiro, (2013), L’Autotraduction
littéraire. Perspectives théoriques, editado por Ferraro & Grutman, (2016), entre
otros.
Por último, no hay que pasar por alto el tratamiento
del tema de la autotraducción en varios congresos y conferencias
internacionales durante los últimos años, hecho que demuestra su creciente
importancia como objeto de estudio. Citemos, a modo de ejemplo, la conferencia
celebrada el noviembre de 2010 en la Universidad de Pescara bajo el título
«Autotraduzione. Teoria e Studi tra Italia e Spagna (e oltre)», entre otros
(véase más ejemplos de conferencias y congresos en Recuenco Peñalver, 2013:
60-61; Puccini, 2015: V). Sin embargo, una cosa es el
estudio autotraductológico desde el punto de vista de la teoría de la
traducción y otra bien distinta el estudio de la práctica de autores que se
traducen a sí mismos. Esta última práctica intentaremos presentarla desde un
punto de vista histórico en el apartado siguiente de este trabajo.
1.2. Recorrido histórico de la
autotraducción
Según Santoyo (2005: 859), el primer
autotraductor conocido es el historiador judío Flavius Josephus[4], quien escribió en
arameo, su lengua materna, los siete libros de su primera obra La guerra de los judíos y unos años
después, alrededor del año 75 de nuestra era, la tradujo él mismo al griego,
revisando y corrigiéndola al mismo tiempo; el historiador justificó su acción
aludiendo que no podía «sufrir que
los griegos y romanos que no estuvieron en aquella guerra ignoren [ignoraran]
los hechos y no lean [leyeran] [sobre ella] otra cosa que adulaciones e
invenciones», (ibídem). Recuenco Peñalver (2013: 25), por su parte, sostiene que a
lo mejor el primer autotraductor de la historia fuera el autor del
Evangelio según San Marcos, quien lo escribió entre los años 65 y 75 en hebreo
o arameo y luego lo tradujo al griego denominado koiné, la lengua franca del Mediterráneo Oriental en la
época romana en la que fueron conservadas las versiones más antiguas de los
textos que componen el Nuevo Testamento. Asimismo, Santoyo (2013: 23) hace referencia a la posible
existencia de autotraducciones más antiguas que las de Flavius Josephus, aunque
no se trata de testimonios ciertos de autotraducción.
A
partir de aquella supuestamente primera autotraducción y hasta la Plena Edad
Media hay pocas autotraducciones que se conozcan – un tratado de medicina del
médico africano Teodoro Prisciano
que él mismo tradujo del griego al latín (siglo iv)
y dos conmonitorios de otro norteafricano, Marius
Mercator, también del griego al latín (siglo v). No obstante, a finales de la Alta Edad Media consta la
autotraducción de la primera gran obra médica enciclopédica, Kitab
fidaws al-hikma
(El paraíso de la sabiduría) del médico
Ali Ibn Sahl Rabban al-Tabari (s. ix), del árabe al siriaco, al igual que
el libro Praderas de oro y minas de
piedras preciosas del geógrafo Mohamed
al-Massudi (s. x), entre los
mismos idiomas. En los siglos siguientes, hay constancia de la autotraducción del
árabe al persa de un libro sobre astronomía escrito por Abu Raihan al-Biruni (s. xi),
y de dos tratados de Bâbâ Afzal-al-Dîn
Kâshâni (s. xii), uno sobre el
alma y otro sobre la lógica, (Santoyo, 2013:
24).
Con
respecto a Europa, se han encontrado evidencias de autotraducción en el siglo xiii, entre el latín y las lenguas
vulgares; en Inglaterra, para dar un ejemplo, se le atribuyen al obispo de
Lincoln Robert Grosseteste unos Estatuta familiae
en latín, francés
e inglés[5] (McEvoy 2000: 147, citado en Santoyo 2005: 860).
Durante
el siglo xiv, la práctica
autotraductora se limita –aparte de España, con la cual nos ocupamos en el
siguiente apartado– en Italia, Francia y Alemania. Destacan, con traducciones
entre el latín y las lenguas vulgares, los frailes dominicos italianos Bartolomeo da Pisa y Iacopo Passavanti –quienes traducen
tratados y sermones propios–; el clérigo Bartolomeo
di Iacovo, con una crónica de sucesos de la época; el notario Francesco da Barberino, con una obra en
prosa y versos rimados y Teodoro I,
que traduce del griego al latín un tratado militar escrito por él. En Francia
constan las autotraducciones del latín al francés del obispo Nicole d’Oresme – un tratado sobre
monedas y otro contra las falsas creencias astrológicas; del médico Guillaume de Harcigny –un tratado de anatomía– y del canciller Jean de Gerson, una obra de catecismo.
En la misma época, en Alemania, Bertoldo
el Teutónico traduce su propio
tratado devocional del alemán al latín.
Como se deduce de lo dicho
hasta ahora y según subraya Santoyo (2013: 27), las autotraducciones, hasta el
siglo xiv, no eran de carácter
literario, sino «de condición religiosa, histórica, médica, filosófica o
jurídica, crónicas, catecismos, tratados varios de medicina, uno sobre monedas,
otro sobre lógica o sobre el alma, un tercero sobre piedras preciosas y un
cuarto sobre astrología o sobre el astrolabio».
En
cambio, el florecimiento que conocerá la práctica autotraductora en toda Europa
en el siglo xv –debido al «humanismo
europeo y renacimiento greco-latino [que] se dieron la mano con las pujantes
lenguas nacionales, y el deseo de los autores de ser leídos tanto por los letrados
como por los que solo conocían el propio idioma», junto con la difusión de la imprenta,
(ibídem)– conllevará su penetración también en el ámbito
literario. Los humanistas italianos siguen siendo muy prolíferos: Leon Battista Alberti, Giannozzo Manetti, Marsilio Ficino, Pico de la
Mirandola, Paris de Puteo y Hieronymo di Manfredi son algunos de
los que dan versiones en latín y en italiano de sus tratados. En Francia hay
menos representantes, pero hay que mencionar a Charles d’Orléans, quien autotradujo numerosos poemas del francés
al inglés y viceversa.
En
lo que se refiere a las autotraduciones literarias europeas del siglo xvi, hay que hacer notar que constan más
representantes en Francia que en Italia o España; Jean Dorat –entre el griego y el latín–, Louis de Masures, Rémy
Belleau y Amadis Jamyn, entre el
latín y el francés, entre otros. Étienne
Dolet también autotradujo del latín al francés un tratado titulado La
maniere de bien traduire d’une langue en l’autre, al igual que un poema para celebrar el nacimiento
de su primer hijo. Desde el ámbito italiano destacan el jurista Rinaldo Corso, el médico Francesco Alessandrini y el filósofo y
astrónomo Giovanni Battista della Porta,
quienes tradujeron del latín al italiano sus tratados respectivos. En la misma
línea, las autotraducciones entre el latín y las lenguas nacionales seguirán
durante todo el siglo xvii en el
territorio europeo (Italia, Francia, Inglaterra, Países Bajos); no obstante, el
latín como lengua meta de las autotraducciones irá sustituyéndose por el
francés, y al mismo tiempo habrá autotraducciones de una a otra lengua
nacional. Dicha tendencia se mantendrá también durante el siglo xviii – un siglo sin nombres llamativos
de autotraductores, que se caracteriza también por el florencimiento del
inglés.
A
pesar de la escasez de las traducciones literarias en esta época –el italiano Carlo Goldoni, autotraductor de una
comedia del francés al italiano[6], es una excepción– se nota una proliferación de
autotraducciones de carácter científico, y al mismo tiempo ganan terreno las
autotraducciones al inglés – Giuseppe
Baretti desde el italiano, Pierre
des Maizeaux desde el francés, Peter
Henry Bruce desde el alemán y el médico escocés John Brown desde el latín, entre otros.
En
cuanto al siglo xix, la
autotraducción experimentará un auge cualitativo y cuantitativo en toda Europa,
relacionado, según Santoyo (2013: 31), con el movimiento romántico europeo de
la época, que dio un empuje a la traducción literaria y favoreció el
nacionalismo lingüístico, implicando a muchas lenguas –ausentes hasta entonces–
en la práctica autotraductora[7]. El elenco de autotraductores se hace muy largo e
incluye, entre otros, a Salvatore di
Giacomo, al criminólogo Enrico Ferri
y al economista y banquero Enrico
Cernuschi entre el italiano y el francés, que traducen obras de su ámbito
respectivo, los poetas Stefan George
y Heinrich Heine (del alemán al
francés), Stéphane Mallarmé (del
francés al inglés) y Frédéric Mistral
(Premio Nobel de Literatura en 1904, entre el provenzal y el francés), por no
hablar de los autotraductores literarios fuera del ámbito europeo – Honoré Beaugrand en Canadá (entre el
francés y el inglés), Miguel Antonio
Caro y Samuel Bond en Colombia
(del latín y del inglés al español), Rammohun
Roy (del bengalí al inglés), entre muchos otros (Santoyo 2002: 29, 2013:
32; Recuenco Peñalver 2013: 30).
En
lo que se refiere al siglo xx, la
difusión de la práctica autotraductora ha alcanzado tales dimensiones, que se
ha convertido en un fenómeno universal; no podría ser de otra manera, dado que
este siglo conllevó guerras y exilios, la descolonización y la globalización,
el predominio del inglés como lengua internacional de comunicación, la
condición de «bilingüe» para mucha gente, la aparición de las culturas
indígenas en África e Hispanoamérica, (Santoyo 2013). Por lo tanto, sería prácticamente
imposible nombrar a todos los autotraductores y, mucho menos en los límites de
este trabajo. De Samuel Beckett (Premio
Nobel de Literatura en 1969) a Nancy
Huston, de Julian Green a Vladimir Nabokov, de Raymond Federman a Giuseppe Ungaretti, de Milan
Kundera a Rabindranath Tagore (Premio
Nobel de Literatura en 1913), la lista es interminable. Para tener una idea de
la difusión global del fenómeno, basta mencionar que los trabajos más
recientes, según Puccini (2015: II-III) tratan de casos desde África, India,
China o Japón. No obstante, no podríamos dejar sin citar, junto o los arriba
mencionados, a los irlandeses James
Joyce (del inglés al francés y el italiano) y Julien Green (entre el inglés y el francés), al indio Mahatma Gandhi (entre el guharatí y el
inglés), al argentino Manuel Puig (entre
el español y el inglés), a los chilenos Vicente
Huidobro (entre el español y el francés) y Ariel Dorfman (entre el español y el inglés), a la danesa Karen Blixen (Isaac Dinesen, entre el
danés y el inglés), al cubano Guillermo
Cabrera Infante (entre el español y el inglés), a Chinghiz Aitmatov, originario de Kirguistán (entre el ruso y el
kirghiz), o la puertorriqueña Rosario
Ferré (entre el español y el inglés). Asimismo, cabe añadir a esta lista
inexhaustible, aparte de los tres autotraductores, premios Nobel de Literatura
del siglo xx ya mencionados, a otros cinco ganadores del mismo premio: Karl Adolph Gjellerup (1917), del danés
al alemán, Luigi Pirandello (1934),
del siciliano al italiano, Isaac Bashevis
Singer (1978), del yiddish al inglés, Czeslaw
Milosz (1980), del polaco al inglés,
y Joseph Brodsky (1987), del ruso al inglés.
1.2.1. Recorrido histórico
de la autotraducción en la Península Ibérica
En lo que se refiere a la Península Ibérica se conoce,
según Santoyo, (2005: 860), ya en Plena Edad Media, la obra autotraductora del
judío Moses Sefardi o Pedro Alfonso, quien traduce del árabe
y el hebreo al latín su obra Disciplina clericalis, al igual que la autotraducción del árabe al hebreo
de Los Fundamentos de la inteligencia y
torre de la fe –la primera enciclopedia judía sobre matemáticas,
astronomía, óptica y música–, de otro sabio judío, Abraham Bar Hiyya y el tratado enciclopédico La búsqueda de la sabiduría del judío Juda ben Salomon Cohen, también del árabe al latín. Santoyo apunta
en una entrevista dada a Gil Bardají[8] (2010: 273), que la escasez de traducciones del
árabe al latín en la Península Ibérica durante el siglo XI –época en la que la
producción cultural en lengua árabe alcanza su apogeo– se debe probablemente a
la falta de interés por parte de la sociedad cristiana, dado que estaba ocupada
más en cuestiones de supervivencia contra los continuos ataques musulmanes que
en cuestiones de ciencia o cultura.
No
obstante, lo que llama la atención es que la práctica autotraductora ha estado
presente ininterrumpidamente en la Península Ibérica desde el siglo XII y,
además, con una variedad de pares de lenguas muy amplia: árabe ˃ catalán,
catalán ˃ latín, árabe ˃ hebreo, hebreo ˃ castellano, castellano ˃ latín,
castellano ˃ francés, portugués ˃ castellano, catalán ˃ castellano, griego ˃
latín, etc[9]. La duración de dicho fenómeno se debe, por un
lado, a la multiplicidad de lenguas utilizadas en la Península durante la Edad
Media (latín, catalán, castellano, gallego-portugués, aragonés, árabe y
hebreo), al trasvase textual entre el latín y el castellano en los siglos xvi-xviii
y a la presencia continua en el mapa autotraductor del catalán, vasco y gallego,
(Santoyo, 2015: 47).
Una
de las figuras más emblemáticas y quizás el autotraductor más prolífico de la
Edad Media europea ha sido el franciscano mallorquín Ramón Llull (1232-1316), autor de una colosal obra en catalán,
latín, árabe y provenzal. Llull escribió sus primeras obras en árabe (Lógica de Algacel, Libro de la contemplación de Dios), para traducirlas luego al
catalán y al latín, hecho que constituye un caso temprano de doble
autotraducción; autotraducción al catalán desde el árabe parece haber sido
también El libro del gentil y el Liber de consilio divinarum dignitatum,
originariamente (1315) escrito en árabe y traducido por el mismo autor al
romance y al latín. La importancia de Llull reside en su contribución a la propagación del cristianismo entre los musulmanes
de la cuenca mediterránea y, al mismo tiempo, a la creación de textos en la
lengua vernácula, dirigidos a «una nueva clase de lectores, alejados de las
esferas eclesiásticas latinistas», (Arnau i Segarra, 2016: 316). Del mismo período, cabe destacar las autotraducciones de dos médicos, el valenciano Berenguer Eimeric que tradujo unos
capítulos de una enciclopedia médica del árabe al catalán y luego al latín, y
el catalán Arnau de Vilanova que
tradujo del latín al catalán, o viceversa, un libro «contra
la corrupción del clero y la filosofía escolástica» (Santoyo,
2013: 25).
Según
Santoyo, (en Gil Bardají, 2010: 279-280), el siglo xiv marca un hito en la historia de la traducción en la
Península Ibérica, con la desaparición del árabe como lengua origen de las
traducciones y su sustitución por el latín, el griego y las lenguas romances,
la consecuente desaparición del intermediario colaborador judío o
mozárabe, la dispersión de la actividad
traductora por toda la geografía peninsular y su consolidación en todas las
lenguas romances (catalán, castellano, gallego-portugués y aragonés), y el
comienzo tanto de las traducciones intrapeninsulares, como las desde otras
lenguas romances extrapeninsulares (francés, italiano y provenzal). Por todas
esas razones, el corte con los siglos anteriores es muy profundo. Figuras
destacadas de este siglo son Jacob ben
Abraham Isaac al-Corsuno, quien traduce del árabe al hebreo y Abder de Burgos, del hebreo al castellano.
Con la
llegada del siglo xv, la
autotraducción conoce un florecimiento singular en la Península Ibérica. Entre
los autores que la practicaron destaca Enrique
de Aragón, marqués de Villena, quien tradujo su obra Dotze treballs d’Hèrcules del romance catalán al
castellano (Libro de los doze trabajos de
Hércules), Alonso de Madrigal (el Tostado), con la traducción de Brevyloquyo de amor e amiçiçia del latín
al vulgar, al igual que Alonso de
Cartagena y Alfonso de Palencia
– este último justificando su acción autotraductora del Tratado de la perfección del triunfo militar del siguiente modo: «si
no se vulgarizase, vendría en conocimiento de pocos, lo cual repugnava a mi
deseo», (en Santoyo, 2005: 861). Antonio de Nebrija también tradujo del latín al castellano sus Introductiones Latinae por encargo de Isabel la Católica.
Durante los dos siglos siguientes, la práctica autotraductora sigue
teniendo representantes importantes, entre los que destaca Fray Luis de León, quien tradujo el Cantar de los Cantares, primero del hebreo al castellano, completándolo con una amplia
exposición, y luego al latín[10]; los jesuitas Pedro de Ribadeneira, autor de Vita Ignatii Loyolae (1572) y Juan de Mariana, autor de Historia de España; Hernando
Alonso de Herrera y el jesuita José de Acosta, quienes tradujeron sus obras respectivas del latín
al castellano y la monja mexicana –de padre vasco y madre criolla– Sor Juana Inés de la Cruz, quien
tradujo del latín al castellano un epigrama de dísticos elegíacos a la
Inmaculada Concepción. Asimismo, hay que mencionar a Martín de Azpilcueta, el autotraductor más fructífero de todo el
siglo xvi, con numerosas versiones
del castellano al latín, Jaume Montanyès,
quien se autotradujo del valenciano al castellano, y los sacerdotes Sancho de Elso y Juan Pérez de Betolaza, los primeros autotraductores entre el vasco
y el castellano, (Santoyo, 2013: 28).
Con respecto al siglo xviii («pobre» en producción de autotraducciones), cabe
mencionar a Benito Jerónimo Feijoo,
quien tradujo del latín al castellano su obra La verdad vindicada contra la medicina vindicada, haciendo
explícita su libertad de autor[11]. Por el contrario, el
florecimiento del siglo xix es
notable también en España; Francisco
Martínez de la Rosa traduce su drama Aben
Humeya al francés, los catalanes Jaime
Balmes, Santiago Rusiñol y Jacinto Verdaguer se autotraducen al
castellano, al igual que los gallegos Rosalía
de Castro y Eduardo Pondal, y
los vascos Resurrección María de Azkue,
Carmelo de Echegaray y Serafin Baroja.
Según avanza el siglo xx,
ya se ve necesario abordar el panorama de la autotraducción en la Península
Ibérica no como un todo homogéneo, sino como expresión distinta en los
distintos ámbitos peninsulares, ya que se presentan diferencias que tienen que
ver con la tradición lingüística de cada territorio. De ahí que intentemos
dibujar la práctica autotraductora entre el vasco, el gallego y el catalán, por
una parte, y el castellano, por otra parte.
En lo que respecta a la autotraducción entre el vasco y el castellano,
Santoyo (2015: 49) afirma que esa presenta un auge a partir de
los años sesenta con ediciones bilingües, y las versiones de obras propias a
otro idioma se van generalizando[12] – tanto, que Manterola (2011: 122) sostiene que el
número de autotraducciones es mayor al de traducciones alógrafas. Dicho
fenómeno no debería extrañarnos, dada la condición bilingüe de muchos de los
autores vascos, al igual que la singularidad y la complejidad del mismo idioma.
Es preciso mencionar, como nombres
representativos, a Mariasun Landa,
Juan Kruz Igerabide, Patxi Zubizarreta, Bernardo Atxaga, Asun
Garikano, Harkaitz Cano, Karlos Santisteban, Arantxa Urretabizkaia, Ramón Saizarbitoria, Mario Onaindía, Felipe Juaristi y Unai
Elorriaga (Premio Nacional de Narrativa 2002), entre otros.
La
aparición de la autotraducción en Galicia, producto de las últimas décadas del
siglo xix, coincidió con el rexurdimento de la literatura gallega,
para alcanzar en el siglo xx tales
dimensiones, que Santoyo (2015: 51) sostiene que «todos los primeros nombres de las letras gallegas han sido y son
autotraductores». No cabe duda que, aparte del de hecho que los autores en gallego
funcionen en dos sistemas lingüístico-literarios, dicha práctica obedece a su
necesidad de conocerse fuera del ámbito gallego. Unos representantes
destacados, con traducciones de sus propias obras al castellano, son Vicente Risco, Luis V. F. Pimentel, Eduardo
Blanco-Amor, Luis Seoane, Celso Emilio Ferreiro, Álvaro Cunqueiro, Julio Casares, Marina
Mayoral, Alfredo Conde (Premio
Nadal 1991 y Premio Nacional de Literatura 1986), Carlos G. Reigosa, Suso de
Toro (Premio Nacional de Narrativa 2003), Manuel Rivas (Premio Nacional de Narrativa 1996), Xavier Alcalá y Víctor Freixanes, entre otros.
La
mayoría de ellos elige el español para darse a conocer a otras latitudes. Hay
escritores como Álvaro Cunqueiro, Manuel Rivas, Suso de Toro o Domingo Villar,
cuyas autotraducciones del gallego al español sirven como «puente» para
traducciones alógrafas de sus obras al francés o al portugués. Al contrario,
son muy raros los casos de escritores gallegos que se autotraducen al portugués
– hecho que, según nuestro punto de vista, demuestra la falta de interés por
parte de los escritores gallegos de autotraducirse a un idioma que, aunque se
habla en un país vecino, tendría un número de lectores no muy elevado; Carlos
Quiroga constituye un ejemplo, aunque en su caso se trata más bien de
«semiautotraducciones», es decir traducciones con colaboración entre autor y un
traductor alógrafo, (Dasilva, 2015a:
67-68).
Ahora
bien, la tradición iniciada por Ramón Llull ha dado lugar en el siglo xx a un auténtico boom de la autotraducción en Cataluña, Valencia y Baleares, con más
de un centenar de representantes[13], como Josep
Carner, Josep Palau i Fabre, Joan Margarit, Pere Gimferrer, Agustí
Bartra, Eduardo Mendoza, Toni Cabré, Sergi Belbel, Llorenç
Villalonga, Teresa Pàmies, Joan Perucho, Baltasar Porcel, Antoni Marí,
Carme Riera, Lluís María Todó, Sergi
Pàmies, María de la Pau Janer, Quim Monzó y Aurora Bertrana, entre otros. Consideramos que dicho boom se justifica tanto por la condición
de bilingües de los escritores catalanes, como por la riqueza y el vigor de la
literatura catalana que pretende exceder los límites de Cataluña.
En lo que
se refiere a las autotraducciones del bable y el aragonés al castellano, esas
son escasas y muy recientes, al igual que las literaturas respectivas.
Por último, cabe mencionar las abundantes
autotraducciones a y de lenguas extrapeninsulares; Ramiro de Maeztu estrena la nueva centuria con la autotraducción de
un ensayo del inglés al español. Otros autores que han ejercido dicha práctica
son Salvador de Madariaga (español, francés e inglés), Juan Larrea, Josep María
Corredor, Agustín Gómez Arcos, Jorge Semprún y Fernando Arrabal (francés y castellano), Ángel Garma Zubizarreta (castellano e inglés), Víctor Mora (catalán y francés/ castellano) y Margarita Hernando de Larramendi (castellano e italiano).
De todo
lo anteriormente mencionado, se puede deducir que el auge de la autotraducción
en la Península Ibérica durante los dos últimos siglos tiene mucho que ver con
la difusión de la literatura en general y el deseo de los autores de conocerse
en otras latitudes y llegar a un número mayor de lectores.
1.3. Estatus actual de la autotraducción en la Península Ibérica
El fenómeno de la autotraducción en el espacio ibérico ha
alcanzado tales dimensiones a partir de la segunda mitad del siglo xx y en adelante que Dasilva sostiene
que «no sería exagerado incluso hablar de una autotraductología ibérica
como posible disciplina de perfiles propios; en la Península Ibérica no hay
muchos asuntos, dentro de los estudios traductológicos, con una repercusión
global comparable a la de la autotraducción», (2013: 162). Si
quisiéramos presentar algunos datos, Grutman registraba en 2011 que «en un corpus de 77
autotraductores que viven hoy en España […] se encuentran 36 catalanes, 27
gallegos y 14 vascos, pero ningún autor castellano», (2011: 83), mientras que
Santoyo sostenía en 2015 que su «catálogo particular, seguramente incompleto,
registra 237 autores peninsulares que regular o esporádicamente autotraducen, y
eso tan solo a lo largo del siglo xx
y primeros años del xxi», (2015:
47).
De todas formas, la muerte de Franco
marca un hito en el desarrollo de la práctica autotraductora, que a partir de ese
momento se vuelve mucho más frecuente y sistemática. Como afirmaba Whyte,
(2002: 65), «Spain since the death of Franco is perhaps richer than other
European nations in instances of self-translation». Al mismo tiempo, según
Rodríguez Vega,
La consolidación de las
literaturas catalana, gallega y vasca, amparadas por el nuevo orden
democrático, impulsa, paradójicamente, la tendencia a que los autores de estos
sistemas periféricos prueben también fortuna en el más amplio mercado de la
literatura en castellano, (2016: 330).
Hay que tener siempre presente el hecho de que estamos en
un territorio caracterizado por la existencia de lenguas en contacto. Según el
artículo 3 de la Constitución española de 1978,
[…] el castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles
tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla. Las
demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades
Autónomas de acuerdo con sus Estatutos. La riqueza de las distintas modalidades
lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial
respeto y protección.
Por lo tanto, se deduce que en España cohabitan junto con el castellano u español cuatro lenguas oficiales – el catalán, el gallego,
el vasco y el aranés; asimismo, existen también los llamados dialectos
históricos, lenguas no oficiales que forman parte del patrimonio cultural, como
el leonés y el aragonés. Sin embargo, como sostiene García de Toro,
A pesar de la cooficialidad, estas lenguas
son consideradas lenguas minoritarias (como se recoge en la Carta europea de las lenguas regionales o
minoritarias), ya que su uso se restringe a la comunidad autónoma concreta
y no son habladas, ni estudiadas, en el conjunto del Estado, (2009: 32).
Dicha situación lingüística ha creado en
España, de acuerdo con Parcerisas (2007: 113), «un marché
littéraire asymétrique où la litttérature en espagnol a évidemment le plus
grand poids»; de ahí que se trate de una asimetría lingüística-cultural, la
cual se caracteriza por la unidireccionalidad autotraductora: en la mayoría de los casos,
los autores que escriben en una lengua dominada, de menor difusión, se
autotraducen a la lengua dominante[14], es decir el castellano. Según los datos editoriales suministrados por
el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, en el año 2012:
el español es a gran
distancia la lengua a la que más se traduce desde el catalán (336 títulos), el
euskera (37 títulos) y el gallego (65 títulos) […] Del catalán se vertieron 18
títulos al euskera y 13 libros al gallego. En cuanto al euskera, 4 libros
pasaron al catalán y 1 libro al gallego. Por último, en lo concerniente al
gallego, 7 libros se tradujeron al catalán y 5 libros al euskera, (citado en
Dasilva, 2015a: 61).
Desde un punto de vista
ideológico, según Parcerisas, la autotraducción inversa, desde la lengua
dominante hacia una lengua minoritaria es muy rara, dado que el pensamiento
dominante sostiene que, «tous les Espagnols, quelle que soit leur
langue maternelle, peuvent lire une œuvre donnée en espagnol», (2007: 114). Por
lo tanto, no se suele tolerar que las obras escritas en español se traduzcan en
las lenguas periféricas; al contrario, el Estado demanda, siguiendo una actitud
centrípeta, que las obras escritas en las lenguas periféricas se traduzcan al
español por medio de autotraducciones preferiblemente «opacas»[15], para que dichas
traducciones pasen por originales (Dasilva, 2011: 61). En consecuencia, dichas
autotraducciones sirven de «puente» para la traducción de muchas obras no solo
a otros idiomas del estado español –caso poco frecuente pero sí existente,
sobre todo cuando se trata de autotraducciones del vasco al castellano y,
consecuentemente, al catalán o al gallego, para dar un ejemplo– sino también a
cualquier otro idioma, dando la impresión de que se trata de obras
originalmente escritas en español.
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El presente ensayo forma parte del TFM que bajo el título «Autotraducción: ¿Traducción o (re)creación? El caso del escritor catalán Sergi Pàmies y de sus autotraducciones al español» presentó, en 2017, Alexandra Golfinopoulou en el marco del Máster «Ciencias de la Lengua y la Civilización», itinerario «Traducción, comunicación y mundo editorial» del Departamento de Filología Italiana de la Universidad Aristóteles de Salónica. Directora: Anthi Wiedenmayer. Tribunal evaluador: Vicente Fernández González, Konstantinos Paleologos.
To παρόν δοκίμιο είναι απόσπασμα από τη Διπλωματική Εργασία που εκπόνησε το 2017 η Αλεξάνδρα Γκολφινοπούλου, υπό την εποπτεία της καθηγήτριας Ανθής Βηδενμάιερ και τη συνεπικουρία των καθηγητών Βιθέντε Φερνάντεθ Γκονθάλεθ και Κωνσταντίνου Παλαιολόγου, στο πλαίσιο των σπουδών της στο Μάστερ «Επιστήμες της Γλώσσας και του Πολιτισμού», Κατεύθυνση «Μετάφραση, επικοινωνία και εκδοτικός χώρος» του Τμήματος Ιταλικής Γλώσσας και Φιλολογίας του ΑΠΘ. Τίτλος της Διπλωματικής εργασίας «Autotraducción: ¿Traducción o (re)creación? El caso del escritor catalán Sergi Pàmies y de sus autotraducciones al español».
[1] Cabe mencionar aquí The Translator’s Invisibility de
Lawrence Venuti (1995), al igual que varios estudios poscoloniales (Bassnett,
2013: 24).
[2] Véase también Christian Balliu
(2001: 99): «les exemples d’autotraduction […] sont rarissimes dans le domaine
littéraire et ne font qu’exception, comme Nabokov et son Lolita, pour citer un
cas».
[3] Cabe mencionar que, según
Santoyo (2010: 367), hasta recientemente la mayoría de los estudios –al igual
con lo que ocurre en los estudios traductológicos en general– «se han centrado
en los aspectos descriptivos y contrastivos que el texto traducido presenta
frente a su propio original», en vez de dedicarse a los motivos de los
autotraductores.
[5] Para más ejemplos del
siglo xiii, véase Santoyo (2013:
26) y Recuenco Peñalver (2013: 26).
[6] En la introducción el autor
admite que ha hecho modificaciones del original francés para adaptarlo a su
nuevo público (Santoyo, 2005: 862-863).
[7] Recuenco Peñalver (2013: 30) sostiene que la autotraducción de una
lengua «regional» a la lengua dominante del Estado se convierte en una práctica
común y añade que «el paso lingüístico afecta a numerosos parámetros
interrelacionados de diverso carácter, como puede ser la vinculación a una tradición,
la relación con la oralidad, la adhesión o el rechazo a una determinada política
lingüística, la aceptación de otra lengua o la lucha por hacer ganar nuevos
territorios a la propia, la búsqueda y la reconstrucción de una identidad o la
relación con otras literaturas dentro de un mismo espacio geográfico».
[8] Con motivo de la
publicación de su libro La traducción medieval
en la península ibérica: siglos III-XV (Universidad de León, 2009).
[9] En lo que se refiere a la presencia preponderante del latín, no
hay que olvidar que siendo la lingua
franca de la época, gozaba de más prestigio con respecto a las lenguas
vulgares y una traducción al latín «consagraba» e inmortalizaba un texto
escrito en otro idioma. Cabe añadir que en la Escuela de Traductores de Toledo,
fundada por Alfonso X el Sabio (1221-1284), muchas obras científicas,
históricas, jurídicas o literarias escritas en griego, árabe y hebreo fueron
traducidas al latín, al través del romance castellano, para pasar luego a otros
países de Europa. Es decir que el latín fue el idioma culto que desempeñó el
papel de «puente» para la difusión de obras importantes en los países
occidentales.
[10] «Fue la suya una
traducción involuntaria, motivada por santa obediencia», (Santoyo, 2010: 367).
[11] «Como autor del escrito
[castellano] –dice–, hice uso de la licencia que tengo (y es negada a los meros
traductores) para omitir algo que me pareció poder excusarse y añadir en su
lugar algo que me pareció más útil», (Santoyo, 2013: 31).
[12]Según el mismo autor (2015: 49),
«tal cambio deriva directamente de una mayor y muy amplia actividad literaria
en lengua vasca, y que esa actividad a su vez ha venido generada, y propiciada,
por
los cambios políticos, educativos, editoriales, etc., incluso
lingüísticos, que se han dado en el País Vasco desde mediados los años 70».
[13] Eduardo Mendoza, él mismo
autotraductor, hizo el siguiente comentario en una “mesa redonda” que tuvo
lugar en la Casa del Traductor de Tarazona: «Decía lo de los [autotraductores]
catalanes porque es casi un acto colectivo, es muy frecuente… Me parece que [el
catalán] es una de las pocas lenguas en que, por sus circunstancias, sus
peculiaridades, la autotraducción se ha practicado casi de una manera masiva»
(Mendoza, 2006: 37).
[14] Se entiende como lengua
dominante o «central» la que goza de un prestigio y una difusión mayores en
comparación con una lengua dominada o «periférica», (Grutman, 2011). En el caso
de España, la lengua dominante, el castellano, es la lengua oficial de todo el
estado español.
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