Lo
encontró encima de las tomateras: negro, elástico, pequeño. Lo
tensó, un tirachinas. Se acordó de su niñez: pantalones cortos y albarcas
hechas de neumáticos, rodillas con costras y chichones en la frente. Pedrea sin
piedad. Colocó una piedra en el tirachinas y probó. Dejó la azada, y a sus
ochenta y cinco años volvió a apuntar: ardillas, mirlos y gatos salían
espantados por todas partes.
Así lo encontró Ilectra, la mujer de
su sobrino: indolente y bronceada por el sol de la playa, bajó contoneándose
por la escalera de al lado. «Ah, mi tanga. Gracias, tío». Se lo quitó de las
manos, con naturalidad, y, sonriendo, le dio vueltas alrededor de su dedo. El
tío Panayotis, sonrojado, se quedó mirando la espalda desnuda y el camisón
corto, mientras ella se alejaba.
No comió más tomates aquel verano. Las tomateras, justo
debajo de su balcón y el tendedero de Ilectra, fueron declaradas zona prohibida.
Jristina Dusi. Estudió Derecho y es abogada. Vive y trabaja en Atenas. Ha cursado
seminarios de escritura creativa. Ha publicado textos en revistas y sitios web.
Traducción
colectiva, Universidad de Málaga, 11 de abril de 2018. Participaron Alejandro
Abella González, Sadi Amro, Irene Gaeta, Benito
Gómez, Teo Karagiannis, María del Carmen Navarro López, Adolfo Orcajo, Virginia
Podadera, Natalia Velasco. Coordinaron Vicente Fernández González, Konstantinos
Paleologos.
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