Τρίτη 4 Οκτωβρίου 2016

Alexios Mainas: Paradise Lost

Paradise Lost


ΕN 1994 TENÍA dieciocho años, era un neopilus Adán, un pequeño burgués en la flor de toda mi ambigüedad, y el último de mi pandilla en bailar el blues. Todo pasó en casa de un amigo, Takis, en un edificio de viviendas- desde el balcón de la quinta planta se veía al fondo el monte Himeto, y al otro lado estaba la ciudad como un invisible susurro mitológico.
       Todos los muchachos llevábamos gruesas monturas de pasta, que ahora se han vuelto a poner de moda después de diecisiete años, y habíamos formado un corrillo en el ancho sofá amarillento de cuero resbaladizo junto al carrito de las bebidas, negociando entre cuchicheos con cuál de las vecinas de Takis íbamos a bailar. Las guapas estaban sentadas al otro lado de la vida, en un charco de luz de una lámpara triple y aunque estaban riéndose a carcajadas, evidentemente llenas de vida y fogosidad, para nosotros eran compactas e inaccesibles como figuras de cera. Lo único que nos unía era el parqué.
       Agotado por las dificultades evidentes de no ser ya un niño, salí al balcón a fumar. Estaba solo y hacía frío. El cigarrillo no era todavía una excusa para charlar y entablar relaciones, como lo era pasear al perro, era una especie de apuesta o de demostración, un acto de fe en algo en lo que no creíamos, como sería más tarde la mili. Detrás de la pared lateral de la terraza, delante de la cocina, si te asomabas por encima del tendedero, se apreciaba un trozo triangular de Atenas, como un cementerio, con lucecitas de colores y con la queja acallada de los muertos. Me sentía conectado al rumor de la ciudad como al cordón umbilical. La Kipseli(1) de los primeros años no se divisaba entre las constelaciones desde este punto, tampoco la otra colmena a la sombra de la colina Licabeto, donde crecí en medio de bocinazos. Bien entrada la noche, cuando apagaba la luz podía imaginarme la respiración de millares de durmientes que subía a lo alto de la atmósfera como tiras de papel de arroz. No conocía a casi nadie. Por la noche solía soñar con semáforos, las encrucijadas de mi sueño estaban llenas de desnudos que llevaban chaquetas.
       Hubo un momento en el que se me acercó por detrás Tani (con i latina), una noruega Brunilda de ojos verdes a la que Takis conocía de otro edificio de apartamentos de verano en Fáliro(2). Quería bailar conmigo, me hizo una proposición inesperada, de una manera directa y a la noruega, pero me negué, porque sabía que tendríamos que abrazarnos sobre mi ya imperiosa anatomía. Aun así, se me acercó sin miedo, como si no hubiera terremotos en el quinto, como si no hubiera existido el Grito de Munch, me quitó el cigarrillo de la boca con un simple movimiento, echó una calada, lo tiró en la oscuridad sin preguntarme, envolvió el vestido verde de sus brazos lentamente por debajo de mi melena como pitones alrededor de mi nuca y selló para siempre, con un simple seductor meneo de caderas, en un blues de tres minutos sobre mi erección, bajo el eco azul de “Without you” detrás de los ventanales del salón y la distante gárgara de la ciudad, lo que significa supremacía. Y feminidad suprema.
       Pasaron los tres minutos. Mariah guardó silencio detrás del cristal. Tani corrió la cristalera y se perdió entre los fiordos de la cortina. La ciudad se quedó fuera.


(1) Barrio popular en el centro de Atenas cuyo nombre significa colmena.

(2) Barrio en la zona costera de Atenas.


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Fuente: Primera publicación blog Planodion – Historias Bonsái, 30 de junio de 2013

Alexios Mainas (Atenas, 1976). Estudió Filosofía en la ciudad alemana de Bonn. Trabaja como traductor y escribe en las dos lenguas.

La traducción colectiva se ha realizado en el marco de la asignatura «Traducción literaria inversa del griego al español» del Máster en Traducción, Co­mu­ni­ca­ción y Mundo Editorial (Universidad Aristóteles de Salónica) impartida du­rante el curso 2015-2016 por Natividad Peramos Soler. Participaron los estu­di­antes: Anestopoulou Anna, Georgo­pou­lou Efi, Golfinopoulou Alexandra, Dimitropoulou Katerina, Kampyli Aspasia, Ka­ra­gian­nidou Kiriaki, Kiose Konstantina, Lambrou Natasa, Malakata Maria, Bakatsia Dimi­tra, Papaioannou Eustratía.

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