Δευτέρα 11 Μαΐου 2015

Pensar la literatura mundial en español. Reflexiones sobre un debate abierto, de Konstantinos Paleologos

Desde finales del siglo pasado, a raíz de la publicación en Francia del libro de Pascale Casanova La République mondiale des Lettres (París, Seuil, 1999), se empieza a emplear en el ámbito de los estudios literarios, y más concretamente en el marco de la literatura comparada, con renovada fuerza el término “literatura mundial”. Dicho sintagma no es nuevo, no es fruto solo de nuestra era: desde su primera concepción, a principios del siglo XIX, en el contexto romántico alemán de la mano de Johann Wolfgang von Goethe[1], hasta, por utilizar un ejemplo relativamente reciente, The Routledge Companion to World Literature de Theo D’haen, David Damrosch y Djelal Kadir (editores) publicado en 2011, esto es, en plena era de la globalización, la literatura mundial [Weltliteratur en alemán, World Literature en inglés] ha recibido numerosas definiciones y ha sido motivo de no menos numerosas controversias[2]. Sin embargo, coincidimos con César Domínguez (2012: 2) en que ha sido la publicación del arriba mencionado libro de la pensadora francesa (y aún más su traducción, en 2004, al inglés[3]) que ha dado un nuevo empuje al antiguo deseo de estudiar la literatura en su totalidad, como un fenómeno planetario, superando al mismo tiempo el llamado “comparatismo nacionalista” (Llovet y otros, 2005: 346) que se basa en la comparación de las literaturas nacionales.
No obstante, si bien es verdad, como ya hemos señalado, que la “literatura mundial” es un término complejo y de variada interpretación, con casi dos siglos de antigüedad, que se utiliza para hacer referencia tanto a las obras literarias maestras que trascienden las fronteras nacionales, como a todas las literaturas nacionales vistas, leídas y examinadas en su totalidad, también es verdad que muy poco tiene que ver la aspiración romántica de Goethe y de sus coetáneos que concebían la poesía como un bien común de la humanidad (haciendo referencia, claro está, a obras maestras de la literatura occidental europea) o la pretensión de Marx y Engels (en su Manifiesto del partido comunista) de que la producción intelectual de una nación se llegara a convertir en patrimonio común de todos, con las guerras culturales de distintos núcleos de poder universitario (sobre todo de países de habla inglesa y francesa) en su anhelo de remodelar el enfoque geoliterario y democratizar los estudios literarios haciéndose, al mismo tiempo, con “la hegemonía institucional” (Santos Unamuno, 2012: 8).
Entre Goethe y Casanova, entre “la suma del legado canonicohistórico occidental” (Llovet y otros, 2005: 344) que proponía el primero como patrimonio universal y el llamamiento por un “nuevo universo literario” (Casanova, 2001: 454) hay multitud de “paradas” intermedias, de intentos de agrupación y jerarquización de los productos literarios: las primeras cátedras de Literatura Comparada en universidades francesas (en Lyon, en 1897, en Sorbone, en 1910, etc.) cuya intención, sin embargo, no era tanto la de unir naciones y literaturas sino la de resaltar la supremacía y el poderío de la producción literaria francesa frente a las demás literaturas (occidentales), la noción de “Great Books” [“Grandes Libros”] en las universidades norteamericanas, entendidos ellos como una serie de obras maestras de la cultura (otra vez) occidental; una idea que se desarrolló ampliamente en los Estados Unidos gracias a su utilización como herramienta pedagógica en el ámbito universitario hasta tal punto que “lo que comenzó en la década de los años veinte como un programa singular de la Universidad de Columbia creció hasta convertirse en una verdadera cultura pedagógica que atraviesa el siglo hasta llegar al XXI” (González Ariza, 2013: 129). Tanto en el paradigma francés de la Literatura Comparada como en el anglosajón de los Grandes Libros se notaba claramente la preeminencia de los escritores (en su gran mayoría hombres) de habla francesa (en el primer caso) e inglesa (en el segundo). En el siglo XX, y sobre todo a partir de las décadas de los años ’50 y ’60, empieza a librarse en el campo literario (y, más ampliamente, en el área de los estudios culturales) la lucha de distintas categorías de personas que se sienten (y en su gran mayoría lo son) excluidas de los centros de poder y de toma de decisiones por articular su propia voz y proponer un nuevo modelo axiológico de estudio de la literatura mundial que aborde a más literaturas y a más escritoras y escritores de los llamados “periféricos”. Surgen así la crítica feminista, los estudios coloniales y poscoloniales, las políticas de la raza, etc. que abogan por la canonización y la presencia real (y no solo testimonial) de escritoras y escritores de países que o bien forman parte de la periferia de la civilización occidental o simplemente pertenecen a otras civilizaciones (esto es, de países tachados de manera despectiva como “tercermundistas”) y de las minorias raciales en el canon literario mundial. Es a raíz de estas reivindicaciones (que él llama de manera despectiva “escuela del resentimiento”) que emerge, ya desde la década de los ’70, la figura del profesor de la Universidad de Yale, Harold Bloom que llegó a ser célebre y discutido, admirado y odiado sobre todo con su The Western Canon: The Books and School of the Ages[4], un libro cuyo “propósito declarado [era] defender el canon de la literatura occidental del ataque de la escuela del resentimiento[5]”, (Gamerro, 2003: 71). Por último, a finales de los años ’70, principios de los ’80 hace su aparición una serie de pensadores (Pierre Bourdieu, Siegfried J. Schmidt o Itamar Even-Zohar son algunas de las figuras más sobresalientes) que empiezan a desarrollar la idea del sistema o campo literario puesto que “entienden la literatura como un sistema socio-cultural y un fenómeno de carácter comunicativo que se define de manera funcional, es decir, a través de relaciones establecidas entre los factores interdependientes que conforman el sistema”, (Iglesias Santos, 1994: 310).    
Hay un hilo conductor, un deseo compartido de ordenar el caos y de concebir la literatura como un sistema universal, que une la Weltliteratur de Goethe con la tradición universalista de las universidades francesas a finales del siglo XIX, principios del XX, la noción de “Great Books” de la universidades estadounidenses con los estudios poscoloniales, el canon occidental propuesto por Bloom a mediados de los ’90 con la Teoría de los Polisistemas de Even-Zohar. Tanto en el debate acerca de qué obras pertenecen (y cuáles no) a la literatura canonizada, como en el deseo de concebir y estudiar la literatura como un hipertexto mundial superando las barreras nacionales subyace un denominador común que no es otro que la preocupación pedagógica acerca de los curricula (¿qué literatura se enseña a las generaciones venideras de estudiantes?) mezclada con deseo de descifrar la manera en la que funcionan y se interrelacionan los textos literarios en las distintas sociedades; pero subyace también un chauvinismo cultural bastante obvio (son escasos los casos en el que el objeto de estudio de literatura mundial, global, universal, canónica o como quiere que se llame, no tenga como punto de referencia, como eje central, la cultura de la persona o del grupo de personas que estudia el fenómeno[6]) y una lucha, a veces encarnizada, dentro de un ambiente profesional muy competitivo como es el del mundo universitario, por imponer criterios y hacerse con la hegemonía institucional.
Con estos antecedentes, y entrados ya en el contexto actual de la globalización, surgen las obras de pensadores como la ya mencionada Pascale Casanova o las de Franco Moretti, Edward Said, David Damrosch y Djelal Kadir para referirnos solo a las figuras más conocidas de teóricos que se han ocupado del tema de la literatura mundial, que “hacen evidente la preocupación en los centros de estudio metropolitanos por dar cuenta crítica de la producción literaria periférica y sus relaciones con las culturas hegemónicas. Quizás podría juzgarse como el último coletazo del impulso de desestabilización y democratización del canon que había[n] configurado los programas de estudio e investigación durante los ochenta y noventa”  (Gómez, 2012: 34). En 2000, Franco Moretti formulaba una tesis y dos preguntas que nos parecen de suma importancia a la hora de aproximarnos a las preocupaciones que han conducido a la noción actual de Weltliteratur: “la literatura que nos rodea es ahora inconfundiblemente un sistema planetario. La cuestión no es en realidad qué debemos hacer, sino cómo. ¿Qué significa estudiar la literatura mundial? ¿Cómo lo hacemos?” (Moretti, 2000: 65). Llegados a este punto, a nosotros nos interesa añadir a las preguntas de Moretti una más: ¿cuál es la posición de los teóricos españoles en este debate y cómo se afronta en el mundo académico español la cuestión de la literatura mundial?
Del breve repaso que hemos llevado a cabo en los párrafos anteriores es notoria la escasa participación en este debate diacrónico, tanto en lo concerniente a la manera en la que se define y estudia la literatura mundial como acerca de la composición y vigencia del canon literario mundial, de figuras significativas procedentes de España[7]. No es que no haya pensadoras y pensadores importantes que se hayan ocupado de estos asuntos (enseguida pasaremos a presentar a algunas de estas personas), simplemente su voz y sus argumentos no han adquirido todavía, a escala europea y mundial, el peso y el reconocimiento que, según nuestro parecer, deberían tener. La explicación de dicho fenómeno creemos que se debe principalmente a dos motivos: por una parte, al hecho de que España, a pesar de ser un país de un pasado literario de enorme importancia, no ha desempeñado, ni él (el país) ni sus universidades, un papel central en la configuración del canon literario occidental o mundial y, por otra, al hecho de que la manera en la que se estudia la inmensa, en cantidad y calidad, literatura escrita en lengua española (artificialmente dividida en distintas y, a veces, incomunicadas, literaturas nacionales: argentina, mexicana, uruguaya, española, etc.) obstaculiza, por no decir que relativiza de entrada, cualquier esfuerzo de los teóricos hispanos por articular argumentos de peso acerca de la existencia o no de una literatura mundial. Procuraremos abordar estas dos cuestiones por separado intentando al final proponer una posible vía española e hispana de intervención original y decisiva en el debate actual acerca de la concepción y los límites de la literatura mundial.
Con respecto a la primera cuestión, es obvio que los teóricos literarios en contadas ocasiones (Claudio Guillén, Jordi Llovet, José María Pozuelo Yvancos, son algunas de las excepciones que confirman la regla[8]) han sabido (y han podido) intervenir de manera decisiva en el debate acerca del canon y la literatura mundiales, limitándose en la mayoría de los casos en ser meros observadores o analistas de lujo del discurso teórico mundial sobre estos temas. Lo curioso es que en las universidades españolas la implantación, ya desde los años ’70 del siglo pasado, de asignaturas tales como “Introducción a los Estudios Literarios” o “Teoría de la Literatura” permitió “el desarrollo de un discurso teórico que deseaba por todos los medios legitimar un método distinto, original y heterogéneo en relación con los discursos que habían estudiado hasta entonces el hecho literario”, (Llovet y otros, 2005: 344). En 1982 Claudio Guillén se vincula a la Universidad Autónoma de Barcelona como Catedrático extraordinario de Literatura comparada y desde allí impulsó estos estudios en España y abrió definitavamente una nueva vía de acercamiento al fenómeno literario en el marco universitario español. No obstante, los teóricos que se formaron en este sistema educativo (en la actualidad se pueden cursar estudios de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en cinco universidades de España[9]) no han conseguido articular un pensamiento original que traspasara las fronteras españolas bien porque no han escrito en o no han sido traducidos al inglés, bien porque el idioma español (y todo lo que se escribe en él) no ha alcanzado aún la difusión y la importancia que tanto por tradición como por cantidad de hablantes le corresponde en el contexto mundial. La situación, aparentemente, no tiene visos de cambio, hasta tal punto que se ha llegado a afirmar rotundamente que “la academia española manifiesta en la actualidad un desinterés generalizado por los estudios de literatura mundial [...] Las recientes teorías sobre literatura mundial son, bien acríticamente celebradas, bien ignoradas, por las academias de expresión castellana en Hispanoamérica y España”, (Domínguez, 2012: 2-3).
No obstante, los que vivimos, observamos y estudiamos la situación académica española sabemos que el estado de la cuestión no es exactamente así: hay, tanto en España como fuera de ella, un número considerable de teóricos españoles que se preocupan y se interesan por la literatura mundial, entre otras cosas porque ya son numerosos los profesores españoles que trabajan en universidades de todo el planeta y sobre todo de Estados Unidos que son, querémoslo o no, por muy paradójico que suene, el centro de todo intento de descentralización en los estudios literarios (no en vano, las ideas de Casanova llegaron a todo el mundo no tanto con La République mondiale como con The World Republic, esto es, la traducción de su obra al inglés y en EE.UU.). Buena muestra de lo que afirmamos anteriormente nos la da, en los dos últimos años, la publicación de un número monográfico de la revista Ínsula bajo el título general de “Literatura mundial: una mirada panhispánica” (números 787-788, julio-agosto de 2012), en el que intervienen, entre otros, Darío Villanueva, Fernando Cabo Aseguinolaza, Enrique Santos Unamuno y César Domínguez (para referirnos solo a teóricos que trabajan en universidades españolas) y la organización en Madrid, en 2013, por parte de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR) y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), de un congreso internacional bajo el título “La biblioteca de Occidente en contexto hispánico” en el que, según sus organizadores, se pretendía componer una lista de los libros que deberían seguir existiendo en forma impresa en las estanterías de toda familia española cultivada cuando la lectura digital se hubiera extendido por todo el mundo, pero que en realidad se aspiraba ofrecer al mundo una respuesta española a los numerosos canones o listas de “Grandes Libros” que surgen en los Estados Unidos y el mundo anglosajón en general.
El número doble que una prestigiosa revista literaria como Ínsula dedicó al debate acerca de la literatura mundial es un buen indicio de la introducción dinámica del pensamiento español e hispano, en diálogo siempre con pensadores de todo el mundo[10], en la discusión mundial acerca de la vigencia y las limitaciones de la llamada literatura mundial. Por su parte, el congreso internacional que organizó la UNIR en colaboración con el CSIC quiso, según nuestro entender, realzar la importancia de la literatura escrita en español en el contexto de la civilización occidental[11], aunque sin querer o sin atreverse a admitirlo públicamente, ya que según palabras del promotor del congreso, Miguel Ángel Garrido Gallardo: “El congreso, realmente, no pretendía hacer un canon. Se trata de hacer una biblioteca doméstica y los criterios son híbridos. No se intentaba decir «estos son los mejores libros posibles». Eso es una quimera”, (en Gozalo, 2013: 4).  
Tanto los artículos que alberga en sus páginas la revista Ínsula como las actas del congreso internacional sobre “La biblioteca de Occidente en contexto hispánico” que organizaron la UNIR y el CSIC constituyen serios indicios de que los profesores universitarios españoles quieren, saben y pueden articular (todavía con cierta “timidez”) su propio discurso acerca del canon literario y la literatura mundial desde un punto de vista (pan)hispánico. No obstante, puesto que “el problema, como siempre, radica o está en desde dónde y desde quién se establece la valoración o la universalidad de un texto o de una obra artística”, (Achugar, 206: 201), para que estas enunciaciones superen las fronteras del mundo hispano y se tengan en cuenta a nivel mundial, creemos que es prioritaria y fundamental la tarea de pensar la literatura mundial en español.  Pozuelo Yvancos (2009: 88) sostiene que “una peculiaridad muy definida de la literatura escrita en español, ya sea en América o en España, es el sentimiento extendido entre los escritores de ambos lados de pertenecer a un tronco común de experiencias literarias, compartido por los millones de lectores que les siguen, que no están muy interesados ni preocupados por la identidad nacional de cada uno de los que escriben en español[12]. Este mismo sentimiento de pertenecer a una lengua y a una misma comunidad literaria sostenemos que debe caracterizar, en primer lugar, a todos los teóricos literarios de habla hispana si realmente quieren cimentar en bases sólidas y potenciar su discurso a favor o en contra del canon universal y la literatura mundial.
Sin embargo, para “pensar la literatura mundial en español[13]” no es, evidentemente, suficiente contar solo con la producción literaria escrita en español. Supone además, según nuestro parecer, dar un paso más allá en el “camino” descrito por Pozuelo Yvancos e incluir bajo el epígrafe de “literatura mundial en español” a todas las obras literarias que han sido escritas en español y las demás lenguas oficiales del estado español y todas la obras literarias traducidas al español y a las demás lenguas oficiales del estado español. Supone, en resumidas cuentas, como en todo intento de configuración de una literatura mundial, reconocer que tal intento no es posible sin un acto de intermediación, esto es, la traducción, puesto que se trata de una falacia hablar de “literatura mundial” como si esta se escribiera o leyera en un solo idioma[14].
Según Antoine Berman, en su célebre La traducción y la letra o el albergue de lo lejano [15], los románticos alemanes se sirvieron de la traducción para afirmar y ampliar su lengua materna y su cultura (Bildung), porque sabían muy bien que la traducción es el principal canal de comunicación entre espacios literarios y la actividad literaria que instituye la “literatura mundial”. Este mismo planteamiento lo retoman muchos otros pensadores que otorgan a la traducción un lugar central en el panorama literario mundial como, por ejemplo, Steiner (2001) que sostiene que percibe la literatura comparada como un arte de comprender al otro que está centrado en los logros y fracasos de la traducción o Casanova que no duda en resaltar que: “el reconocimiento crítico y la traducción son armas en la lucha por y para el capital literario”, (2001: 39). Por su parte, la traductora y traductóloga Edith Grossman insiste en que “la traducción desempeña un papel inimitable y esencial en la expansión de los horizontes literarios a través de la fertilización multilingüe. Sin ella sería inconcebible una comunidad mundial de escritores”, (2011: 35-36).
Aunque existen teóricos hispanos que consideran que “la práctica de la literatura mundial en traducción, en el mejor de los casos, es simplemente reduccionista y, en el peor, una expresión de imperialismo cultural”, (Valdés, 2012: 11), nosostros estamos convencidos de que un país multilingüe y multicultural como España y una cultura multiétnica como la hispánica no solo no pueden prescindir de la traducción[16] sino que la necesitan para unir fuerzas y afianzar su posición en el universo literario tanto para compartir como para debatir los argumentos que abogan a favor o en contra de la existencia de una literatura mundial.
Pensar la literatura mundial en inglés, español, griego... (tal como la planteamos más arriba, incluyendo, en cada idioma, al mismo tiempo obras originales y traducciones) es de momento la única manera posible de construir, con la ayuda de la traducción, las distintas y plurales “literaturas mundiales”, evitando al mismo tiempo el peligro reduccionista de una sola literatura universal, monolingüe, unidimensional y eurocéntrica y otorgando peso al discurso teórico de la periferia en la cual pertenece, querémoslo o no, España[17].

Bibliografía

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Valdés, Mario J. (2012), “Literatura comparada o literatura mundial en inglés: ¿diálogo internacional o imperialismo cultural?”, Ínsula, número 787-788, 9-12.




[1] En su Gespräche mit J. P. Eckermann [Conversaciones con J. P. Eckermann] de 1827.
[2] Por ejemplo, Franco Moretti la concibe como “un sistema planetario”, (2000: 65) mientras que para David Damrosch “World literature has often been seen in one or more of three ways: as an established body of classics, as an evolving canon of masterpieces, or as a multiple windows on the world”, (2003: 15). Hugo Achugar (2006: 209) la rechaza como “un producto [...] del momento histórico que vive la clase media académica en partes de Occidente y algunas de sus periferias” y, por último, Walter D. Mignolo, muy crítico con ella, la ve como un sistema que “no opera por sí mismo, sino que se controla desde un centro de enunciación, esto es, agentes, instituciones y categorías de pensamientos asentadas en la construcción de la civilización occidental”, (2012: 29).
[3] The World Republic of Letters, en traducción de M. B. DeBevoise, editado en 2004 por Harvard University Press.
[4] Publicado en Nueva York, en 1994, por Harcourt Brace and Company.
[5] Seis son, según Bloom, los grupos que componen dicha escuela: los marxistas, los semióticos, los deconstruccionistas, las feministas, los lacanianos y los nuevos historicistas.
[6] “La determinación del canon puede también verse influida por aspectos ideológicos; quien realiza el canon puede, voluntaria o involuntariamente, sesgar su visión hacia sus gustos, intereses o conocimiento de la literatura”, (Núñez, 2013: 184)
[7] Dicha observación se puede hacer extensible a todo el mundo hispano. En este caso la excepción que confirma la regla sería el escritor y pensador mexicano Alfonso Reyes, maestro, junto con Claudio Guillén, del comparatismo hispánico, según Mario J. Valdés (2012: 9). No obstante, también es verdad que a lo largo de las últimas décadas van emergiendo, en el debate acerca de la literatura mundial, figuras muy importantes del mundo hispanoamericano, como el propio Valdés o Walter D. Mignolo (pensadores que en la mayoría de los casos trabajan en universidades norteamericanas). 
[8] Claudio Guillén (1924-2007), que prefería emplear el término “literatura del mundo” en vez de “literatura mundial”, durante casi medio siglo, desde el lejano 1957 cuando escribía su famoso artículo “Literatura como sistema” (Filología Romanza, número 4) hasta su libro de referencia Entre lo uno y lo diverso. Introducción a la Literatura Comparada (Barcelona, Tusquets, 2005), fue la persona que marcó el pensamiento español en el campo de la literatura comparada. Jordi Llovet (1947) a su vez fue catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Barcelona (además de filósofo, ensayista y traductor) y, entre otras cosas, fue coordinador de un tomo colectivo, Teoría literaria y literatura comparada (Barcelona, Ariel, 2005) que ya es todo un clásico en la bibliografía española. José María Pozuelo Yvancos (1952) es catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Murcia y uno de los primeros teóricos que se ocuparon en España del tema del canon. Su libro más significativo es Teoría del canon y literatura española (Madrid, Cátedra, 2000, en coautoría con Rosa María Aradra Sánchez).
[9] Se trata de la Universidad de Valladolid, la Autónoma de Barcelona, la Complutense de Madrid, la Universidad de Extremadura y la Universidad de Granada.
[10] En el mismo número de la revista se incluyen artículos de teóricos como Theo D’haen, Djelal Kadir o Mariano Siskind, entre otros.
[11] No en vano, 29 de las 100 obras maestras de la literatura occidental tal como se presentan en el número 144 de la Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, escogidas por el catedrático de Semiótica Miguel Ángel Garrido Gallardo (que, no obstante, no especifica los criterios de la elección), han sido escritas en español (25 españolas y 4 hispanoamericanas).      
[12] “Soy un escritor peruano que nació en Sevilla cuando tenía 23 años, y que precisamente por vivir en Europa descubrió el valor de sus raíces”, declaraba muy elocuentemente en 2011 Fernando Iwasaki, uno de los muchos escritores en lengua española que, por haber nacido en un país y vivir en otro, presentan “dificultades” a la hora de definir su “nacionalidad” literaria.  
[13] O en cualquier otro idioma, según el caso.
[14] Idioma que, evidentemente, sería, en nuestra era, el inglés: “Son numerosas las antologías de literatura de diversos países y lenguas traducidas al inglés que suelen venderse como literatura mundial”, apuntaba recientemente M. J. Valdés (2012: 11).
[15] Traducción de Ignacio Rodríguez, Buenos Aires, Dedalus, 2014
[16] De hecho, según datos del Observatorio de la Lectura y el Libro (AA.VV., 2012b), más del 30% de las obras literarias que se editan en España cada año son traducciones.   
[17] “Hoy día «Europa» es en sí misma, por lo que a sus literaturas concierne, un concepto ya muy limitado, que se circunscribe a unas pocas literaturas modernas «mayores», cinco para ser más exactos, de las cuales dos, y no es coincidencia que sean las más meridionales, juegan un papel secundario con respecto a las otras tres. Es más, a la literatura española se le reconoce incluso un lugar menos destacado que a la italiana”, (D’haen, 2012: 17).

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