Τρίτη 12 Αυγούστου 2014

El traductor Nikos Kazantzakis y la poesía española de la Edad de Plata, por Konstantinos Paleologos


Simone de Beauvoir ha escrito en una ocasión: “Si alguien pasa una semana en un país, puede escribir un libro; si pasa un año, un artículo; y si pasa 10 años, es incapaz de escribir nada”. La escritora francesa sostenía, con esta cita, que el contacto con el “otro” rompe con todos los tópicos, los prejuicios y las respuestas fáciles de las aproximaciones simples y simplistas; al mismo tiempo que crea nuevas y más complejas vías de acceso a la estructura multidimensional, a los múltiples niveles, que esconde todo ser humano, toda sociedad.
            La estrecha relación entre Kazantzakis y España, entre España y Kazantzakis, es conocida incluso por los que no han profundizado en la obra del cretense. Kazantzakis, desde 1926 hasta 1950, realizó cuatro viajes a la península ibérica (en la que permaneció, en total, por unos doce meses) de los cuales más importantes se pueden considerar el segundo, desde octubre de 1932 hasta marzo de 1933, y el tercero, octubre-noviembre de 1936. Las impresiones que cosechó de los tres primeros viajes se publicaron en la prensa de la época, más concretamente, en los diarios Ελεύθερος Τύπος [Eléfceros Tipos] y Καθημερινή [Kacimerini]; asimismo, algunos de aquellos artículos aparecen en el libro Ταξιδεύοντας, Ισπανία[1], editado por la editorial Pirsós en 1937. Fruto de aquellos viajes, aunque no tan conocido por el público lector, son también las traducciones de poemas (él emplea el término “canciones”) de poetas españoles de principios del siglo xx, traducciones que vieron la luz en sucesivos números de la revista Κύκλος [Ciclo], en los años 1933 y 1934.
            Ocuparse de estas traducciones, circunstancia que motiva la redacción de este texto, obliga ineludiblemente a aproximarse a la idea general que el escritor y traductor tenía acerca de España, tal y como ésta emana de sus libros y artículos. Según Linos Politis (1991: 278-279), no podemos abarcar la imponente y compleja figura de Kazantzakis sin referirnos a sus traducciones y relatos de viaje: “Kazantzakis tomaba conciencia de sus experiencias al convertirlas en escritura. Sus traducciones constituyen igualmente una lectura responsable o un comentario. […] (Al mismo tiempo) que transforma sus múltiples experiencias de los viajes en algo constructivo”. Pero ¿cuál es la España de Kazantzakis? O, mejor dicho, ¿qué representa España para él? Costas Uranis, por ejemplo, otro gran literato griego que anduvo, más o menos la misma época que Kazantzakis, por España, consideraba que “toda la atracción de España se hallaba en su anacronismo, en su pasiva negación de aceptar lo que solemos llamar modernismo” (1991: 12). Kazantzakis, por su parte, según sostiene Yorgos Stasinakis (2005: 28), se veía atraído por la belleza natural, los monumentos y el arte españoles y por su similitud con el Oriente. Sus estrechos vínculos con España, no obstante, que le llevaron a declarar, en 1957, en su última entrevista (Le Patriote, 24-25-XI-1957) que “me siento como si me encontrara en mi casa cuando estoy en Creta o en España. En todos los otros sitios me siento como si estuviese en el exilio”, parecen ser más fuertes. M. Vitti (1987: 343) subraya que la línea conductora de la Odisea de Kazantzakis y, por extensión, de toda su obra, es “la pugna interior y la tortura moral del hombre en su camino hacia una fe que no se ve realizada, que se desgasta continuamente en luchas sociales desmentidas, en esa ola metafísica y sin sentido que es la vida”. España para Kazantzakis, la “España” de Kazantzakis, es un país que “se desgasta continuamente en luchas sociales desmentidas”, y esta circunstancia lo fascina profundamente. Escribe en Viajando, España (81-82): “la brisa del anochecer llegaba impregnada del aroma de las huertas del Prado y de las mujeres. La primavera ya estaba aquí. […] ¡Cuánto me enamoré, de repente, aquella noche bajo la luz de la luna, de toda España! Cómo hice míos todo su dolor y sus esperanzas y cuánto deseé ver su rendición! ¡Qué bien observaba esa noche, estremecido, la lucha del hombre en esta fina y farragosa corteza de la Tierra! Para que se haga un poquito de luz hace falta la lucha milenaria contra las fuerzas de la oscuridad, hace falta el trabajo milenario de la desesperación, el dolor, la injusticia”. El carácter trágico de España parece estar en absoluta sintonía con la continua y dolorosa lucha interior del escritor. Ésta es, según nuestro parecer, la razón principal que le llevó a traducir poemas de los poetas españoles más importantes de principios del siglo xx (algunos de ellos, todavía muy jóvenes por aquel entonces, ni siquiera eran conocidos en su propio país) que expresaban, mejor que nadie, la angustia existencial y la incertidumbre que vivía España en aquella época.
            En la historia española moderna, hay un año negro que marcó el final del otrora poderoso imperio. Este año no es otro que 1898. El 10 de diciembre de aquel año, España se ve obligada a firmar un tratado impuesto por los Estados Unidos por el que renunciaba a sus últimas colonias (que algunos meses anteriormente ya había perdido en el campo de la batalla), es decir, Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Desde aquel momento, y hasta el final de la guerra civil que significó el inicio del “medievo” franquista, España vivirá años de fuertes controversias sociales, en los que se incluyen los casi seis años del régimen dictatorial de Primo de Rivera y los cinco de la Segunda República que tantas esperanzas alimentó de un cambio decisivo en España. Sin embargo, el desastre de 1898, aparte de generar un clima de crisis, introversión e introspección, levantó sobre el país “un afán de regeneración, de rectificación, de modernización, de superación de la cansina inercia impuesta al cuerpo político del país por los partidos turnantes”, Jover Zamora (1991: 827).
            En el mundo de los intelectuales, esta tendencia hacia el renacimiento social y la reorientación de la nación la representa la llamada generación del 98 (Unamuno, Azorín, Pío Baroja, Antonio Machado y otros), una generación “de las combativas o de ruptura, llegada a nuestras letras cuando la situación de éstas requería un cambio radical, que se produjo de su mano y género a género”, (Martínez Cachero, 2005: 484). Durante la etapa de los primeros viajes de Kazantzakis a España (desde 1926 hasta 1936), los representantes de la generación del 98 constituyen la “clase dominante” de las letras españolas y el creador de La última tentación, gran conocedor de la literatura española (como se puede comprobar por las tan habituales y certeras referencias a Teresa de Ávila, Cervantes, Góngora, Lope de Vega y los demás autores consagrados del Siglo de Oro de la literatura española que se encuentran al leer Viajando, España) así lo detectó y lo plasmó en el prólogo, bajo el título “Poesía lírica española contemporánea”, que encabeza las traducciones de poemas de principios del siglo xx que publicó en la revista Kiclos [Κύκλος]: “Desde la época de su esplendor, durante los siglos XV y XVI, España no había vivido un orgasmo psíquico y espiritual tan fecundo. En el extremo del Mediterráneo, viven hoy grandes personalidades que alumbran esta gloriosa raza. […] Tanto en la poesía como en la prosa hallamos extraordinarios vanguardistas españoles. Si exceptuamos a algunos nombres como Unamuno, de la Serna, Pío Baroja, Eugenio d’Ors, Valle Inclán, todos los demás, sobre todo los poetas líricos de hoy, son unos desconocidos en Grecia”, (Kiclos, abril de 1933).
            Cuando Kazantzakis habla de “líricos de hoy”, se refiere a los miembros de la emergente, por aquel entonces, generación del 27, cuyos miembros son auténticos hijos de las primeras décadas del siglo XX. Los poetas aquellos vivieron, aunque algo de lejos a causa de la neutralidad de España, la barbarie de la primera guerra mundial, y, de muy cerca, la dictadura de un “hombre mediocre”, como calificaba Kazantzakis al general Primo de Rivera. Al mismo tiempo, no obstante, vivieron las novedades y los retos, el aire fresco de los movimientos de vanguardia (futurismo, dadaísmo, surrealismo, etcétera) y de las reivindicaciones sociales que “incendiaron”, en aquella época, Europa.
            Pero, ¿cuáles son los poetas que incluye Kazantzakis en su homenaje a la poesía española? De la generación del 98 encontramos a Miguel de Unamuno y a Antonio Machado; de la generación del Novecentismo a Juan Ramón Jiménez y a José Moreno Villa; por último, de la generación del 27 están Pedro Salinas, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre y Manuel Altolaguirre, junto con la primera esposa de este último, Concha Méndez Cuesta, y Ernestina de Champourcín. Si de los cuatro primeros cabe decir que —unos más, otros menos— representan las generaciones literarias dominantes de la época y, por tanto, su presencia en el homenaje de Kazantzakis está más que justificada, de los cinco representantes de la generación del 27, que se presentan por primera vez al público lector griego, es justo resaltar la perspicacia y el buen criterio literario del traductor. García Guzmán (2006: 122), al referirse, por ejemplo, a la presencia de Lorca en el homenaje, se aventura a señalar que ni siquiera el propio Kazantzakis podría imaginar que estaba traduciendo a un futuro mito literario, tanto en Grecia como en todo el mundo. Pero no es sólo Lorca; Kazantzakis, además del granadino más ilustre de todos los tiempos, tradujo a dos futuros premios Nobel (J. R. Jiménez, 1956 y V. Aleixandre, 1977) y a dos poetas de talla universal (P. Salinas y R. Alberti). Esto no quiere decir que los menos conocidos en Grecia, José Moreno Villa, Concha Méndez Cuesta, Ernestina de Champourcín y, sobre todo, Manuel Altolaguirre no fueran importantes poetas; no en vano, lector inteligente (y Kazantzakis lo era) es aquél que puede descubrir momentos de extraordinaria sensibilidad y de verdadera emoción en la “letra pequeña” de la historias literarias, en los confines del canon literario.
            El homenaje que brindó Kazantzakis a la poesía española de las primeras décadas del siglo XX se publicó en cinco números de la revista literaria Kiclos, esto es, en abril, mayo y junio de 1933 las tres primeras partes y, a continuación, la cuarta parte en el número de agosto-septiembre del mismo año, y la quinta y última en 1934. En la primera parte aparecen la ya mencionada introducción y los poemas de J. R. Jiménez, en la segunda, los poemas de Machado, en la tercera, los poemas de Unamuno y Salinas, en la cuarta, los poemas de Moreno Villa, Lorca, Alberti y Aleixandre, y en la quinta, los poemas de Altolaguirre, Méndez Cuesta y de Champourcín. Kazantzakis antes de ofrecer al lector los poemas traducidos, procede a una breve presentación del poeta y de su poética. En total, el homenaje consta de 88 páginas en las que se presentan traducidos más de 150 poemas.
            Si ha sido realmente interesante saber a qué poetas incluyó Kazantzakis en su pequeña antología poética, es igual de significativo ver a quiénes “excluye”. De los poetas más consagrados de aquella época no encontramos a Manuel Machado (Kazantzakis no se muestra muy ilusionado con el modernismo español) y León Felipe. De la generación del 27 detectamos, curiosamente, una ausencia significativa, la de Cernuda; faltan otros poetas también de la misma generación, como Dámaso Alonso o Gerardo Diego, es verdad, pero la ausencia de Cernuda es realmente asombrosa. Podríamos igualmente mencionar a Miguel Hernández, el poeta trágico de la guerra civil, o a Luis Rosales, el poeta más importante del “otro bando”, sin embargo, en 1933 los dos eran aún muy jóvenes, apenas tenían 23 años, y parece que Kazantzakis o no llegó a leerlos o, en caso de que lo hubiera hecho, no atrajeron su interés.
            Numerosos manuales de Traductología (Savory, 1968: 75; Frye, 1988: 75; Torre, 2001: 159, y otros) sostienen sin rodeos que la adecuada traducción de un poema es algo realmente imposible. Con ello quieren subrayar la dificultad que conlleva la empresa de trasladar un poema de la “lengua original” a la “lengua terminal”, en especial cuando el poema original “está basado en un juego sutil de aliteraciones y correspondencias fono-semánticas”, (Torre, 159). Por esa razón, Eco (2003: 21) prefiere emplear el término “fidelidad” cuando habla de traducción, un término que “tiene que ver con la certeza de que la traducción es una de las formas de interpretación y tiene que tener como meta […] recuperar no tanto la intención del autor como la intención del texto”. Bajo este punto de vista, Kazantzakis respeta, en líneas generales, la intención de los poemas y los traduce con “fidelidad” (no en vano, en su prólogo, sostiene que traduce fielmente, palabra por palabra), conservando al mismo tiempo su particular e inconfundible idioma poético. Al lenguaje empleado en las traducciones podemos aplicar, sin más, lo dicho por CostasYeorgusópulos (2006) con motivo de la reciente reedición de la Odisea: “Kazantzakis construye y pone en escena, con soluciones selectas e, incluso, con efectos lingüísticos, su edificio poético”.
            Con respecto a las características técnicas de las traducciones, cabe hacer hincapié en algunas interesantes observaciones. Por ejemplo, en bastantes casos los poemas se traducen sin que aparezca su título; éste es el caso, por referirnos a un par de ejemplos, del poema “Playa” de Altolaguirre (pág. 409 del homenaje de Kiclos) o de la famosa “Canción del jinete” de Lorca, que Kazantzakis, omitiendo el título, empieza a traducir directamente desde el primer verso: “Córdoba, lejana y sola” (242). En otros casos, la traducción al griego no incluye la totalidad del poema en castellano, por lo menos en la forma en la que dicho poema ha llegado hasta nuestros días; tal es el caso del poema “A Miss X, enterrada en el viento del Oeste”, de Alberti, cuya traducción omite bastantes versos del original, o, ejemplo aún más llamativo que el anterior, el del famoso poema de Antonio Machado “Campos de Soria”: Kazantzakis sólo traduce las tres últimas de las nueve partes del poema. Por último, algunas veces, nos hallamos ante casos de dos o, incluso, tres poemas (absolutamente “independientes” en la lengua original) que se traducen como si formaran parte de un único poema; este es el caso del ya mencionado “Playa” que se traduce unido a dos poemas más de Altolaguirre, el “Romance” y otro sin título ( 409-410). Por supuesto, todo esto lo podemos atribuir, aparte de un presunto descuido del traductor, o bien a futuras modificaciones de los poemas (cambios en los versos, adición de título, etcétera), posteriores en todo caso a las traducciones, o bien a errores de imprenta, muy habituales en aquella época. Hablando de errores de imprenta, en el prólogo de Kazantzakis que abre el homenaje a la poesía española encontramos un pequeño desliz bastante gracioso; Kazantzakis transcribe ciertos pensamientos de Unamuno: “Unamuno, profeta fanático, lleno de angustia y fuerza, que a la pregunta de si España tiene que europeizarse, contesta con fe y desparpajo de visionario: No, ¡tiene que satisfacerse Europa!”. El problema es que en la imprenta en vez de “ισπανοποιηθεί” (“españolizarse”) leyeron “ικανοποιηθεί”, o sea, “satisfacerse” y de ahí el malentendido.
            Unos párrafos más arriba nos referíamos al brillante futuro que esperaba, si no a todos, a la mayoría de los poetas a los que tradujo Kazantzakis. Desgraciadamente, casi para todos fue brillante sólo en el plano literario. Antes de que se cumpliesen tres años de la publicación de las traducciones, es decir, en el mes de julio de 1936, empezó en España la guerra fraticida. Kazantzakis estuvo allí, como corresponsal del diario Kacimeriní en el bando nacional. Sus correspondencias “levantaron protestas y dieron pie a que muchos lo calificaran, no sin razón, de amigo de los franquistas, nacionalista y otras cosas por el estilo” (Petropulu, 1999). Los que no estaban allí, tras la conclusión de la guerra civil, eran diez de los once poetas traducidos. Lorca fue ejecutado, bajo condiciones todavía no del todo aclaradas, en el verano de 1936; Unamuno murió aislado en su casa, en diciembre de 1936; todos los demás, con la excepción de Aleixandre que siguió viviendo en España, optaron, tarde o temprano, por el camino del exilio.
            Iniciamos este texto con la cita de Simone de Beauvoir que se refería a las dificultades que presenta el intento de “explicar” un país y sus circunstancias tras haber vivido mucho tiempo en él. Kazantzakis superó este obstáculo y nos dio numerosos y valiosos testimonios acerca del país de su corazón, España. Pero ya lo hemos dicho, Nikos Kazantzakis, en sus viajes por España, más que hacia fuera, “miraba” hacia dentro.
           

Referencias BIBLIOGRÁficas


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Frye, Northrop (1988), «El orden de la palabras», Revista de Occidente 82, 74-88.
Garcíá Guzmán, Antonio (2006), «Το φαινόμενο Λόρκα εν Ελλάδι», Διαβάζω 466, 122-124.
Jover Zamora, J. M. (1991), «Edad Contemporánea», en A. Ubieto Arteta y otros, Introducción a la Historia de España, Barcelona, Teide, 507-599.
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Panayotópulos, I. M. [Ι. Μ. Παναγιωτόπουλος] (1993), «Τοανώμαλο ρήμα’», en el volumen colectivo Θεώρηση του Νίκου Καζαντζάκη, Atenas, Τετράδια Ευθύνης, 46-52.
Petropulu, Evi [Εύη Πετροπούλου] (1999), «Ο Νίκος Καζαντζάκης στον Ισπανικό Εμφύλιο», το Βήμα, 23-V-1999.
Politis, Linos [Λίνος Πολίτης] (1991), Ιστορία της Νεοελληνικής Λογοτεχνίας, Atenas, ΜΙΕΤ. 
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Stasinakis, Yorgos [Γιώργος Στασινάκης] (2005), Ο Νίκος Καζαντζάκης και η Ισπανία, Atenas, Instituto Cervantes.
Torre, Esteban (2001), Teoría de la traducción literaria, Madrid, Síntesis.
Vitti, Mario (1987), Ιστορία της Νεοελληνικής Λογοτεχνίας, Atenas, Οδυσσέας.
Uranis, Costas [Κώστας Ουράνης] [1933] (1991), Ισπανία, Atenas, Εστία. [Kostas Uranis, España. Sol y sombra, trad. de Christina Mougoyanni, Madrid, Cátedra, 2001.]
Yeorgusopulos, Costas [Γεωργουσόπουλος, Κώστας] (2006), «Ποιος φοβάται τις λέξεις;», τα νέα, 23-IX-2006.




Τexto publicado en el número 1616 de la revista El maquinista de la generación (febrero de 2007)


[1] Edición española: Nikos Kazantzakis, Viajando. España. ¡Viva la muerte!, trad. de Guadalupe Flores Liera, Madrid, Ediciones Clásicas, 1998.

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