Simone de Beauvoir ha escrito en
una ocasión: “Si alguien pasa una semana en un país, puede escribir un libro;
si pasa un año, un artículo; y si pasa 10 años, es incapaz de escribir nada”.
La escritora francesa sostenía, con esta cita, que el contacto con el “otro”
rompe con todos los tópicos, los prejuicios y las respuestas fáciles de las
aproximaciones simples y simplistas; al mismo tiempo que crea nuevas y más
complejas vías de acceso a la estructura multidimensional, a los múltiples
niveles, que esconde todo ser humano, toda sociedad.
La estrecha relación entre
Kazantzakis y España, entre España y Kazantzakis, es conocida incluso por los
que no han profundizado en la obra del cretense. Kazantzakis, desde 1926 hasta
1950, realizó cuatro viajes a la península ibérica (en la que permaneció, en
total, por unos doce meses) de los cuales más importantes se pueden considerar
el segundo, desde octubre de 1932 hasta marzo de 1933, y el tercero,
octubre-noviembre de 1936. Las impresiones que cosechó de los tres primeros
viajes se publicaron en la prensa de la época, más concretamente, en los
diarios Ελεύθερος Τύπος [Eléfceros Tipos] y Καθημερινή [Kacimerini]; asimismo, algunos de
aquellos artículos aparecen en el libro Ταξιδεύοντας, Ισπανία[1], editado por la editorial Pirsós
en 1937. Fruto de aquellos viajes, aunque no tan conocido por el público
lector, son también las traducciones de poemas (él emplea el término “canciones”)
de poetas españoles de principios del siglo xx, traducciones que vieron la luz en sucesivos números de
la revista Κύκλος [Ciclo], en los años 1933
y 1934.
Ocuparse de estas traducciones,
circunstancia que motiva la redacción de este texto, obliga ineludiblemente a
aproximarse a la idea general que el escritor y traductor tenía acerca de
España, tal y como ésta emana de sus libros y artículos. Según Linos Politis
(1991: 278-279), no podemos abarcar la imponente y compleja figura de
Kazantzakis sin referirnos a sus traducciones y relatos de viaje: “Kazantzakis
tomaba conciencia de sus experiencias al convertirlas en escritura. Sus
traducciones constituyen igualmente una lectura responsable o un comentario.
[…] (Al mismo tiempo) que transforma sus múltiples experiencias de los viajes
en algo constructivo”. Pero ¿cuál es la España de Kazantzakis? O, mejor dicho,
¿qué representa España para él? Costas Uranis, por ejemplo, otro gran literato
griego que anduvo, más o menos la misma época que Kazantzakis, por España,
consideraba que “toda la atracción de España se hallaba en su anacronismo, en
su pasiva negación de aceptar lo que solemos llamar modernismo” (1991: 12).
Kazantzakis, por su parte, según sostiene Yorgos Stasinakis (2005: 28), se veía
atraído por la belleza natural, los monumentos y el arte españoles y por su
similitud con el Oriente. Sus estrechos vínculos con España, no obstante, que
le llevaron a declarar, en 1957, en su última entrevista (Le Patriote, 24-25-XI-1957) que “me siento como
si me encontrara en mi casa cuando estoy en Creta o en España. En todos los
otros sitios me siento como si estuviese en el exilio”, parecen ser más
fuertes. M. Vitti (1987: 343) subraya que la línea conductora de la Odisea
de Kazantzakis y, por extensión, de toda su obra, es “la pugna interior y la
tortura moral del hombre en su camino hacia una fe que no se ve realizada, que
se desgasta continuamente en luchas sociales desmentidas, en esa ola metafísica
y sin sentido que es la vida”. España para Kazantzakis, la “España” de
Kazantzakis, es un país que “se desgasta continuamente en luchas sociales
desmentidas”, y esta circunstancia lo fascina profundamente. Escribe en Viajando,
España (81-82): “la brisa del anochecer llegaba impregnada del aroma de las
huertas del Prado y de las mujeres. La primavera ya estaba aquí. […] ¡Cuánto me
enamoré, de repente, aquella noche bajo la luz de la luna, de toda España! Cómo
hice míos todo su dolor y sus esperanzas y cuánto deseé ver su rendición! ¡Qué
bien observaba esa noche, estremecido, la lucha del hombre en esta fina y farragosa
corteza de la Tierra! Para que se haga un poquito de luz hace falta la lucha
milenaria contra las fuerzas de la oscuridad, hace falta el trabajo milenario
de la desesperación, el dolor, la injusticia”. El carácter trágico de España
parece estar en absoluta sintonía con la continua y dolorosa lucha interior del
escritor. Ésta es, según nuestro parecer, la razón principal que le llevó a
traducir poemas de los poetas españoles más importantes de principios del siglo
xx (algunos de ellos, todavía
muy jóvenes por aquel entonces, ni siquiera eran conocidos en su propio país)
que expresaban, mejor que nadie, la angustia existencial y la incertidumbre que
vivía España en aquella época.
En la historia española moderna, hay
un año negro que marcó el final del otrora poderoso imperio. Este año no es
otro que 1898. El 10 de diciembre de aquel año, España se ve obligada a firmar
un tratado impuesto por los Estados Unidos por el que renunciaba a sus últimas
colonias (que algunos meses anteriormente ya había perdido en el campo de la
batalla), es decir, Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Desde aquel momento, y hasta
el final de la guerra civil que significó el inicio del “medievo” franquista,
España vivirá años de fuertes controversias sociales, en los que se incluyen
los casi seis años del régimen dictatorial de Primo de Rivera y los cinco de la
Segunda República que tantas esperanzas alimentó de un cambio decisivo en
España. Sin embargo, el desastre de 1898, aparte de generar un clima de crisis,
introversión e introspección, levantó sobre el país “un afán de regeneración,
de rectificación, de modernización, de superación de la cansina inercia
impuesta al cuerpo político del país por los partidos turnantes”, Jover Zamora (1991:
827).
En el mundo de los intelectuales,
esta tendencia hacia el renacimiento social y la reorientación de la nación la
representa la llamada generación del 98 (Unamuno, Azorín, Pío Baroja, Antonio
Machado y otros), una generación “de las combativas o de ruptura, llegada a
nuestras letras cuando la situación de éstas requería un cambio radical, que se
produjo de su mano y género a género”, (Martínez Cachero, 2005: 484). Durante
la etapa de los primeros viajes de Kazantzakis a España (desde 1926 hasta 1936),
los representantes de la generación del 98 constituyen la “clase dominante” de
las letras españolas y el creador de La última tentación, gran conocedor
de la literatura española (como se puede comprobar por las tan habituales y
certeras referencias a Teresa de Ávila, Cervantes, Góngora, Lope de Vega y los
demás autores consagrados del Siglo de Oro de la literatura española que se
encuentran al leer Viajando, España) así lo detectó y lo plasmó en el
prólogo, bajo el título “Poesía lírica española contemporánea”, que encabeza
las traducciones de poemas de principios del siglo xx que publicó en la revista Kiclos [Κύκλος]: “Desde la época de su
esplendor, durante los siglos XV y XVI, España no había vivido un orgasmo
psíquico y espiritual tan fecundo. En el extremo del Mediterráneo, viven hoy
grandes personalidades que alumbran esta gloriosa raza. […] Tanto en la poesía
como en la prosa hallamos extraordinarios vanguardistas españoles. Si
exceptuamos a algunos nombres como Unamuno, de la Serna, Pío Baroja, Eugenio
d’Ors, Valle Inclán, todos los demás, sobre todo los poetas líricos de hoy, son
unos desconocidos en Grecia”, (Kiclos,
abril de 1933).
Cuando Kazantzakis habla de “líricos
de hoy”, se refiere a los miembros de la emergente, por aquel entonces, generación
del 27, cuyos miembros son auténticos hijos de las primeras décadas del siglo
XX. Los poetas aquellos vivieron, aunque algo de lejos a causa de la
neutralidad de España, la barbarie de la primera guerra mundial, y, de muy
cerca, la dictadura de un “hombre mediocre”, como calificaba Kazantzakis al
general Primo de Rivera. Al mismo tiempo, no obstante, vivieron las novedades y
los retos, el aire fresco de los movimientos de vanguardia (futurismo,
dadaísmo, surrealismo, etcétera) y de las reivindicaciones sociales que
“incendiaron”, en aquella época, Europa.
Pero, ¿cuáles son los poetas que
incluye Kazantzakis en su homenaje a la poesía española? De la generación del
98 encontramos a Miguel de Unamuno y a Antonio Machado; de la generación del
Novecentismo a Juan Ramón Jiménez y a José Moreno Villa; por último, de la
generación del 27 están Pedro Salinas, Federico García Lorca, Rafael Alberti,
Vicente Aleixandre y Manuel Altolaguirre, junto con la primera esposa de este
último, Concha Méndez Cuesta, y Ernestina de Champourcín. Si de los cuatro
primeros cabe decir que —unos más, otros menos— representan las generaciones
literarias dominantes de la época y, por tanto, su presencia en el homenaje de
Kazantzakis está más que justificada, de los cinco representantes de la
generación del 27, que se presentan por primera vez al público lector griego,
es justo resaltar la perspicacia y el buen criterio literario del traductor. García
Guzmán (2006: 122), al referirse, por ejemplo, a la presencia de Lorca en el
homenaje, se aventura a señalar que ni siquiera el propio Kazantzakis podría
imaginar que estaba traduciendo a un futuro mito literario, tanto en Grecia
como en todo el mundo. Pero no es sólo Lorca; Kazantzakis, además del granadino
más ilustre de todos los tiempos, tradujo a dos futuros premios Nobel (J. R.
Jiménez, 1956 y V. Aleixandre, 1977) y a dos poetas de talla universal (P.
Salinas y R. Alberti). Esto no quiere decir que los menos conocidos en Grecia,
José Moreno Villa,
Concha Méndez Cuesta, Ernestina de Champourcín y, sobre todo, Manuel
Altolaguirre no fueran importantes poetas; no en vano, lector inteligente (y
Kazantzakis lo era) es aquél que puede descubrir momentos de extraordinaria
sensibilidad y de verdadera emoción en la “letra pequeña” de la historias
literarias, en los confines del canon literario.
El homenaje que brindó Kazantzakis a
la poesía española de las primeras décadas del siglo XX se publicó en cinco
números de la revista literaria Kiclos, esto es, en abril, mayo y junio
de 1933 las tres primeras partes y, a continuación, la cuarta parte en el
número de agosto-septiembre del mismo año, y la quinta y última en 1934. En la
primera parte aparecen la ya mencionada introducción y los poemas de J. R.
Jiménez, en la segunda, los poemas de Machado, en la tercera, los poemas de
Unamuno y Salinas, en la cuarta, los poemas de Moreno Villa, Lorca, Alberti y
Aleixandre, y en la quinta, los poemas de Altolaguirre, Méndez Cuesta y de
Champourcín. Kazantzakis antes de ofrecer al lector los poemas traducidos,
procede a una breve presentación del poeta y de su poética. En total, el
homenaje consta de 88 páginas en las que se presentan traducidos más de 150
poemas.
Si ha sido realmente interesante
saber a qué poetas incluyó Kazantzakis en su pequeña antología poética, es
igual de significativo ver a quiénes “excluye”. De los poetas más consagrados
de aquella época no encontramos a Manuel Machado (Kazantzakis no se muestra muy
ilusionado con el modernismo español) y León Felipe. De la generación del 27 detectamos,
curiosamente, una ausencia significativa, la de Cernuda; faltan otros poetas
también de la misma generación, como Dámaso Alonso o Gerardo Diego, es verdad,
pero la ausencia de Cernuda es realmente asombrosa. Podríamos igualmente
mencionar a Miguel Hernández, el poeta trágico de la guerra civil, o a Luis
Rosales, el poeta más importante del “otro bando”, sin embargo, en 1933 los dos
eran aún muy jóvenes, apenas tenían 23 años, y parece que Kazantzakis o no
llegó a leerlos o, en caso de que lo hubiera hecho, no atrajeron su interés.
Numerosos manuales de Traductología (Savory,
1968: 75; Frye, 1988: 75; Torre, 2001: 159, y otros) sostienen sin rodeos que
la adecuada traducción de un poema es algo realmente imposible. Con ello
quieren subrayar la dificultad que conlleva la empresa de trasladar un poema de
la “lengua original” a la “lengua terminal”, en especial cuando el poema
original “está basado en un juego sutil de aliteraciones y correspondencias
fono-semánticas”, (Torre, 159). Por esa razón, Eco (2003: 21) prefiere emplear
el término “fidelidad” cuando habla de traducción, un término que “tiene que
ver con la certeza de que la traducción es una de las formas de interpretación
y tiene que tener como meta […] recuperar no tanto la intención del autor como
la intención del texto”. Bajo este punto de vista, Kazantzakis respeta, en
líneas generales, la intención de los poemas y los traduce con “fidelidad” (no
en vano, en su prólogo, sostiene que traduce fielmente, palabra por palabra),
conservando al mismo tiempo su particular e inconfundible idioma poético. Al
lenguaje empleado en las traducciones podemos aplicar, sin más, lo dicho por CostasYeorgusópulos
(2006) con motivo de la reciente reedición de la Odisea: “Kazantzakis
construye y pone en escena, con soluciones selectas e, incluso, con efectos
lingüísticos, su edificio poético”.
Con respecto a las
características técnicas de las traducciones, cabe hacer hincapié en algunas
interesantes observaciones. Por ejemplo, en bastantes casos los poemas se traducen
sin que aparezca su título; éste es el caso, por referirnos a un par de
ejemplos, del poema “Playa” de Altolaguirre (pág. 409 del homenaje de Kiclos)
o de la famosa “Canción del jinete” de Lorca, que Kazantzakis, omitiendo el
título, empieza a traducir directamente desde el primer verso: “Córdoba, lejana
y sola” (242). En otros casos, la traducción al griego no incluye la totalidad
del poema en castellano, por lo menos en la forma en la que dicho poema ha
llegado hasta nuestros días; tal es el caso del poema “A Miss X, enterrada en
el viento del Oeste”, de Alberti, cuya traducción omite bastantes versos del
original, o, ejemplo aún más llamativo que el anterior, el del famoso poema de
Antonio Machado “Campos de Soria”: Kazantzakis sólo traduce las tres últimas de
las nueve partes del poema. Por último, algunas veces, nos hallamos ante casos
de dos o, incluso, tres poemas (absolutamente “independientes” en la lengua
original) que se traducen como si formaran parte de un único poema; este es el
caso del ya mencionado “Playa” que se traduce unido a dos poemas más de
Altolaguirre, el “Romance” y otro sin título ( 409-410). Por supuesto, todo
esto lo podemos atribuir, aparte de un presunto descuido del traductor, o bien
a futuras modificaciones de los poemas (cambios en los versos, adición de
título, etcétera), posteriores en todo caso a las traducciones, o bien a
errores de imprenta, muy habituales en aquella época. Hablando de errores de
imprenta, en el prólogo de Kazantzakis que abre el homenaje a la poesía española
encontramos un pequeño desliz bastante gracioso; Kazantzakis transcribe ciertos
pensamientos de Unamuno: “Unamuno, profeta fanático, lleno de angustia y
fuerza, que a la pregunta de si España tiene que europeizarse, contesta con fe
y desparpajo de visionario: No, ¡tiene que satisfacerse Europa!”. El
problema es que en la imprenta en vez de “ισπανοποιηθεί” (“españolizarse”) leyeron “ικανοποιηθεί”,
o sea, “satisfacerse” y de ahí el malentendido.
Unos párrafos más
arriba nos referíamos al brillante futuro que esperaba, si no a todos, a la
mayoría de los poetas a los que tradujo Kazantzakis. Desgraciadamente, casi
para todos fue brillante sólo en el plano literario. Antes de que se cumpliesen
tres años de la publicación de las traducciones, es decir, en el mes de julio
de 1936, empezó en España la guerra fraticida. Kazantzakis estuvo allí, como corresponsal
del diario Kacimeriní en el bando
nacional. Sus correspondencias “levantaron protestas y dieron pie a que muchos
lo calificaran, no sin razón, de amigo de los franquistas, nacionalista y otras
cosas por el estilo” (Petropulu, 1999). Los que no estaban allí, tras la
conclusión de la guerra civil, eran diez de los once poetas traducidos. Lorca
fue ejecutado, bajo condiciones todavía no del todo aclaradas, en el verano de
1936; Unamuno murió aislado en su casa, en diciembre de 1936; todos los demás,
con la excepción de Aleixandre que siguió viviendo en España, optaron, tarde o
temprano, por el camino del exilio.
Iniciamos este texto
con la cita de Simone
de Beauvoir que se refería a las dificultades que presenta el intento de
“explicar” un país y sus circunstancias tras haber vivido mucho tiempo en él.
Kazantzakis superó este obstáculo y nos dio numerosos y valiosos testimonios
acerca del país de su corazón, España. Pero ya lo hemos dicho, Nikos
Kazantzakis, en sus viajes por España, más que hacia fuera, “miraba” hacia
dentro.
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Τexto publicado en el número 1616 de la revista El maquinista de la generación (febrero
de 2007)
[1] Edición española: Nikos Kazantzakis, Viajando. España. ¡Viva la muerte!, trad. de Guadalupe Flores Liera,
Madrid, Ediciones Clásicas, 1998.
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