Πέμπτη 8 Ιουλίου 2021

El realismo en la literatura española de los siglos XIX y XX

 

 

Γεώργιος Παππάς [Yeorguios Papás]

 

EL ARDUO TRABAJO DE RETRATAR UNA REALIDAD COMPLEJA

El realismo en la literatura española de los siglos XIX y XX

 

En el arte del lenguaje, en el poder de la palabra, sea oral o escrita, se encuentran condensados el pensamiento y la sabiduría humanos. Todos los textos expresan la realidad de un cierto período histórico, pero, también, como obras espirituales conforman su propia realidad que, como tal, supera la barrera cronológica del momento de su creación, proyectándose en el mapa mundi cultural como patrimonio de la humanidad, siempre actual.

Captar la realidad de la sociedad española de los siglos XIX y XX no fue una tarea fácil para los literatos del país, pues siempre detrás de la aparente realidad están escondidas otras, a veces más complejas y hasta contradictorias.

El realismo hace su aparición en España en la segunda mitad del siglo XIX con La gaviota de Fernán Caballero, pero llega a su auge tras la Primera República. Hay influencia de las grandes obras de la literatura realista del resto de Europa, pero la española enfoca más en la evolución social de España, adquiriendo rasgos propios. Su intención fue describir de manera fiel y objetiva la realidad de una sociedad que venía experimentando cambios radicales, deseando dejar atrás el exaltado e idealizado patriotismo del romanticismo. Las feroces guerras carlistas, la disputa entre conservadores y progresistas, la aparición de nuevas corrientes ideológicas, de las cuales el Krausismo jugó un papel preponderante, la Revolución Gloriosa del 68 y la Restauración del 74 son acontecimientos, entre otros, que impulsaron a una mirada diferente sobre la sociedad. La creciente burguesía del país necesitaba escuchar sobre la actualidad y no sobre el glorioso pasado. El género que más florece es la narrativa. Galdós es, indudablemente, uno de los gigantes de la literatura española de todos los tiempos. Da inicio al período realista con La Fontana de oro (1870), novela de admirable objetividad y de documentación detallada. Su obra cumbre, según la mayoría de los críticos, es Fortunata y Jacinta, novela en la cual describe de manera magistral la sociedad madrileña de su época, analizando en lo más hondo a sus protagonistas; Misericordia tiene características del Naturalismo, con la descripción de las capas más bajas de la sociedad y un cierto determinismo. Galdós describe la novela como “la imagen de la vida”; le preocupa España, tema del que se ocupará con gran fervor la Generación del 98. Vale recordar, también, a Pedro Antonio de Alarcón, a José María de Pereda y a Juan Valera. No obstante, es Leopoldo Alas “Clarín” el que comparte el podio de los mayores novelistas realistas junto con Galdós. En su obra La Regenta profundiza en la sociedad española del último tercio del siglo: detrás del adulterio (tema favorito de varios realistas) se oculta la hipocresía de los valores católicos de la Vetusta, y los deseos íntimos de sus protagonistas.

La novela realista es, prácticamente, un reportaje de la sociedad de la segunda mitad del XIX, pero no como una crítica profunda con fines de sublevación; no es literatura revolucionaria; solamente realiza un diagnóstico de la patología de la sociedad española siguiendo el camino trazado por los costumbristas y manteniendo, en parte, el elevado sentimentalismo de los románticos. Vale aclarar que su base ideológica es el liberalismo y el deseo del progreso frente a la intransigencia del conservadurismo católico, tal como observamos en el liberal empedernido que fue Clarín. Infidelidad, comportamiento sexual, pobreza, injusticia social, anticlericalismo (siguiendo las pautas del romanticismo histórico), corrupción y poder son algunos de los temas que analizan con una prosa sencilla y con elemento imprescindible la sátira. Su fin es didáctico y moralista. Los autores, narradores omniscientes, hacen uso del habla coloquial y cotidiano, como también del diálogo. Cabe mencionar que las novelas naturalistas siguen las pautas realistas, pero apuntando más a lo grotesco de las clases inferiores de la sociedad española. Así se ve en Los Pazos de Ulloa de Emilia Pardo Bazán y Cañas de barro de Vicente Blasco Ibáñez.

El final de la fratricida guerra civil española dejó un país arruinado y sus consiguientes profundas huellas de odio y de resignación. El régimen franquista gobernará con mano férrea desde 1939 hasta 1975. Desolación, pobreza, terror y total ausencia de libertad son sus rasgos principales. En un período tan oscuro, muchos intelectuales se vieron obligados a tomar el camino del desarraigo. Los que se quedaron en el país eran conscientes de que su pluma debería quedar silenciada bajo la implacable censura. No obstante, la ley invencible de la evolución histórica siempre prevalece sobre la voluntad humana, por más que esta última parece omnipotente. Durante la década de los 50, la presión internacional al franquismo autoritario que necesitaba desesperadamente fuentes de ingreso para superar el aislamiento, el boom industrial con el masivo traslado de los campesinos a las grandes urbes, el cambio de costumbres debido a la televisión, el consumismo y el turismo extranjero, entre otros, son factores que empezaron a serruchar el trono de la uniformada ideología nacional-católica impulsada por Franco. La generación del medio siglo utiliza la palabra escrita para formar parte de este despertar. Son conscientes de su misión asignada de elevar su voz ante la represión reinante, aunque de una manera particular.

Las obras del realismo social de los 50 demuestran la obstinación de los literatos españoles por los problemas que aquejan la actualidad de España, continuando la larga tradición de Galdós, Alarcón y Clarín. Atacan la superficialidad burguesa, la precariedad del campesinado, la inercia social. Consideran que la colectividad tiene que asumir su rol protagónico, pues el individualismo estéril lo único que logra es reproducir el estancamiento, tal como observamos en la obra teatral de Buero Vallejo, Historia de una escalera. La narrativa lleva acá, tal como en el siglo XIX, las riendas. Camilo José Cela describe en La colmena, con gran genialidad y sus despiadados nihilismo e ironía, el aburrimiento de muchos individuos. En realidad, alerta sobre la inmovilidad de la sociedad madrileña de posguerra. La premiada Ana María Matute revela en Pequeño teatro (1954), de modo metafórico, la miseria, los odios y la mezquindad de su época. Rafael Sánchez Ferlosio con El Jarama cerrará esta etapa describiendo detalladamente, pero sin comentar, la anodina realidad.

La preocupación por España y su porvenir es un rasgo común en las dos etapas. No obstante, la situación de la posguerra es mucho más asfixiante políticamente que la de la Restauración del XIX. Es urgente que la sociedad tome conciencia del callejón sin salida al que la conduce la inacción colectiva. A todos los realistas los une el afán por describir objetivamente la realidad, fieles a la verdad. Sin embargo, los de la década de los 50 lo hacen bajo el miedo del totalitarismo, por eso evitan dictaminar o evaluar, pero dejando en evidencia su intención de estimular a una sociedad desorientada. Galdós, Clarín y Valera, con Pepita Jiménez, se interesan más por interiorizar en el  comportamiento y el mundo psíquico del individuo, desvelar la máscara de la hipocresía de una sociedad que vivía para las apariencias, pero de ninguna manera estimular una conciencia colectiva de choque ante las autoridades de la Restauración. Nadie duda del carácter didáctico de ambos realismos, pues no existe obra escrita u oral que no pretenda moralizar.

Un escrito excede la realidad histórica con la imaginación que genera sobre el lector, por lo cual el realismo de los siglos XIX y XX retoma su significado en nuestra época. No expresa dos mundos aislados y parciales. Es evidente que la literatura interconecta los distintos períodos históricos. Las producciones del pasado continúan siendo nuestras. Los intelectuales, los literatos son los que con su pluma salen primeros al campo de batalla para informar, opinar, criticar y proponer soluciones sobre los temas cadentes actuales. Sus ideas plasmadas en un trozo de papel forman consciencias.

Lo que caracteriza la literatura española desde su inicio es la persistente dualidad entre lo popular y lo aristocrático, el idealismo y el realismo y la encarnizada batalla entre la tradición y lo universal, el conservadurismo y el progreso. No obstante, es a través de estas contradicciones y disputas que se pone de manifiesto la capacidad creadora e innovadora del pueblo español.

 

 

El presente ensayo fue escrito en el marco de las clases de Literatura Española de los siglos XIX y XX que impartió en la Universidad Abierta de Grecia el profesor Konstantinos Paleologos durante el curso académico 2020-2021.

 

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