Hay
poetas que la industria del libro tarda mucho en descubrir o no descubre nunca.
Hay poetas cuya presencia se intuye detrás de las páginas de la historia literaria
oficial. Hay poetas con voces cristalinas y sugerentes a los que cuesta llegar
como si fueran playas cálidas y acogedoras pero de difícil acceso que aguardan
sus fieles y agradecidos visitantes.
Me
acerqué a la poesía de Antonio Gamoneda, a principios de la década de los
noventa, por casualidad. Viviendo en Granada, por aquel entonces, escribía mi
tesis doctoral sobre la obra del escritor leonés Julio Llamazares y consecuentemente me interesé por las obras de otros
escritores, narradores o poetas, de la tierra, del denominado, cariñosamente o
no, “grupo leonés” (también conocido como “mafia leonesa”); hablo de escritores
como Victoriano Crémer, José María Merino, Juan Pedro Aparicio, Luis Mateo Díez, José Carlón, Andrés
Trapiello, Antonio Pereira, Jesús Torbado, Elena Santiago, Antonio Colinas y,
del ya citado, Antonio Gamoneda, por supuesto.
El
primer poemario suyo que leí fue El libro
del frío que, si no me equivoco, se acababa de editar por aquel entonces.
Descubrí un poeta de paisajes legendarios y míticos, que hacía suyo el tiempo y
la historia, el recuerdo y la memoria de un pasado y un lenguaje. Un poeta de
intensos contrastes y asombrosa sensibilidad. Todavía recuerdo el verso final
de uno de sus poemas que desde entonces me trae a la memoria su tierra querida,
León: “Bajo las águilas silenciosas, la inmesidad carece de significado”.
Luego
vinieron más libros que Gamoneda había publicado antes que El libro del frío pero que yo iba descubriendo en un inevitable
viaje hacia el pasado: el Blues
castellano, Descripción de la mentira...
Fue, como dije, un intento de aproximación a las raíces poéticas de Julio
Llamazares el que me llevó a la poesía de Antonio Gamoneda, no en vano los dos
comparten “leitmotivs concretos –el
olvido, el silencio, la lentitud–”, (Delgado, 1992: 220), pero lo que empezó como
obligación de doctorando se convirtió, con el tiempo, en admiración por la voz poderosa
de sus versos.
Años
más tarde, como profesor de literatura española ya, volví a la obra de
Gamoneda, conducido esta vez por mi interés por temas relacionados con el canon
literario y la formación de las generaciones literarias en España a lo largo
del siglo XX. El término canon, dentro del sistema literario, se emplea
para definir una serie de autores y obras que según el poder (cultural,
político y económico) constituyen un objeto privilegiado de lectura y estudio.
Por su parte, el concepto de generación literaria “esa especie de unidad
métrica indefinible”, (Gambarte, 1996: 12) que sirve para clasificar, según períodos
determinados, a los autores, ha predominado en el panorama literario español
desde finales del siglo XIX hasta finales del siglo XX. Pues bien, lo llamativo
con Antonio Gamoneda es que, por motivos que sería interesante analizar, no
encontró acomodó ni en la generación poética de los 50 (Brines, Valente, el
recién fallecido Ángel González, etc.) a la que supuestamente pertenece por
edad, ni en ninguna otra posterior. La cosa no pasaría de mera anécdota si no
tuviera sus consecuencias, la más obvia de las cuales es la ausencia de
Gamoneda de muchas de las antologías poéticas que incluyen poemas de la llamada
promoción de los 50 y de las páginas de la mayoría de las historias literarias.
De alguna manera, pues, Gamoneda trabajó al margen del canon poético
establecido. ¿Pero cuáles son los motivos por los que Gamoneda ha ido quedando
al margen de las antologías? La explicación que da Luis García Jambrina, autor
de una antología de la promoción poética de los 50, es esclarecedora: “Gamoneda,
a pesar de cumplir los requisitos exigibles para pertenecer a la Promoción de los 50, ha venido quedando
más o menos voluntariamente al margen con el propósito de mantener por encima
de todo la independencia de su voz. Gamoneda recorre, desde un principio, un
camino individual y solitario, ajeno, en su retiro leonés, a todo movimiento
promocional”. Ésta, según nuestro parecer, es una de las caras de la moneda: efectivamente
Gamoneda, como muchos otros colegas suyos, quedó “desclasado”, por utilizar una
expresión de García de la Concha (1986: 98), por ser un poeta de provincias (que
no quiere decir provinciano), por ser creador de un universo poético particular
y por su prolongado silencio que duró prácticamente desde 1960 hasta 1977, pero
todo esto de ningún modo justifica su limitada presencia en las historias
literarias oficiales. Seguir estrictamente el método generacional y limitarse a
plasmar “los núcleos oficiales de la cultura”, por utilizar palabaras de Santos
Alonso (1986: 200) en la presentación de los hechos literarios, aparte de falta
de perspectiva, denota pensamiento retrogrado y reaccionario.
El
propio Gamoneda, en una conversación que mantuvo, recientemente, con el poeta
Antonio Colinas (2007)
declaraba lo siguiente con respecto a dicha cuestión: “El empaquetamiento generacional fue un invento [...]. En el orden
historiográfico y didáctico el invento ha resultado ser un auténtico disparate:
la crítica y los profesores han contribuido al desdibujamiento individual de
los poetas, prendidos en la sencillez –simpleza– de englobarlos en una misma
tendencia facilona. Para mí la generación no existe”.
Bourdieu,
en su magnífico libro, Las reglas del arte, sostiene que
hay todo un proceso de canonización (1995:
333) promovido por diferentes instancias de consagración (sistema de enseñanza,
prensa, academias, etc.) que conducen a un escritor al panteón literario
(presencia en manuales y antologías, introducción en los programas escolares,
creación de sociedades conmemorativas, atribución de nombres de calle,
inauguración de estatuas, entrega de premios literarios, etc.). Pues bien, en
el caso de Gamoneda, la concesión del premio Cervantes, significó, como era de
esperar, un paso de gigante en su “proceso de canonización”, que
afortunadamente, en su caso, se ve apoyado por el indiscutible valor literario
de su obra. Estamos convencidos, por ejemplo, que en próximas historias
literarias o en las reimpresiones de las existentes, la obra del poeta leonés
ocupará el espacio que se merece sin la necesidad del amparo generacional.
No
obstante, nosotros, más que de las diferentes “instancias de consagración” y
más aun que de nuestro humilde criterio, nos fiamos de la opinión de los
propios poetas. “Es mi
padre literario y el que publicó mi primer libro de poesía. Para mí, es una
persona magnífica y el poeta español más importante vivo, con el Premio
Cervantes y sin él”, me confesó recientemente Julio Llamazares. Yo diría que
casi mejor con el Cervantes.
Pero, ¿cómo definen la poética de Gamoneda
importantes críticos literarios y el propio autor? El ya citado García de la
Concha, presidente del jurado que le otorgó el premio Cervantes y director de
la Real Academia española de la lengua, dijo, al entregarle el premio que “su
poesía está cargada de simbolismo y es capaz de dotar de sentido a la palabra”.
El poeta y periodista argentino Vicente Muleiro, por su parte (Clarín, 2006), sostiene que Gamoneda
tamiza la España sepia de después de la guerra civil “por una subjetividad doliente,
por alicaídos paisajes rurales, donde trajinan mujeres ataviadas de negro y
donde los hombres marchan, pesados, a sus tareas de hombre”. El leonés Santos
Alonso, por último, opina que Gamoneda es un “hombre de intimidad, de cara a
cara consigo mismo, que escapa de toda atadura dogmática y se adentra en las
profundidades de la duda, del silencio y del deseo como difícil aspiración a lo
sublime y a la belleza”, (1986: 200). El propio Gamoneda, en varias ocasiones
ha dicho que la poesía es un arte de la memoria, entendida ésta como conciencia
de pérdida y del progresivo acercamiento a la muerte. Pero es justamente esta
memoria la que lo mantiene en contacto con sus grandes maestros: San Juan de la
Cruz, César Vallejo y, sobre todo, Miguel de Cervantes con los que comparte,
como confesó al recibir el premio Cervantes, una “cultura
de la pobreza”, diferenciable de la cultura que “prospera a partir de una
situación privilegiada”: “En nosotros (los
de la pobreza, los que nos hemos acercado al conocimiento de forma
intuitiva y solitaria y los que, advertida o inadvertidamente, se han
identificado con nosotros) la subjetivación radical y el patetismo resultarán
naturales, y nuestro lenguaje no estará normalizado
porque, aun amando la paz, el nuestro será un lenguaje poética y semánticamente
subversivo”, (Gamoneda, 2007).
Considera, pues, muy justamente, Gamoneda que
comparte con Cervantes la influencia que ejerció en la obra de ambos la
pobreza, pero también comparte, según nuestro parecer, algo que es más significativo:
esa mirada tierna y humana hacia sus personajes. Escasos creadores pueden
alardear de esta característica.
A continuación, Antonio Gamoneda va a leer algunos
de sus poemas, los que precisamente tienen ustedes en español y griego en la
edición bilingüe del Instituto Cervantes de Atenas. Sabemos, aunque nos
atrevemos a no compartir, la opinión del poeta acerca de la intraducibilidad de
la poesía: “En la poesía no se trata de distinguir el fondo y la forma, sino
que son la misma cosa. Al traducir la poesía el aspecto formal queda siempre
herido, maltratado”, (en Nieto,
2004), sostenía el poeta hace algunos años. Los dos responsables de la
traducción, Costas Vrajnós y Konstantinos Paleologos, esperan no haber
“maltratado” en demasía los poemas y piden la misericordia del autor y del
público...
Pero antes, me gustaría concluir esta breve
referencia a la obra poética de Antonio Gamoneda y su ubicación en la
literatura española actual con uno de mis poemas preferidos, de la colección Lápidas:
Los jueves
por la tarde se cerraba la escuela y los chiquillos nos reuníamos para una
expedición prohibida que se iniciaba sin concluir nunca; quiero decir que nunca
llegó a alcanzar el gran árbol prometido, un moral de dulcísimos frutos negros.
Pero nosostros íbamos. Atravesábamos las ortigas. En las acequias desecadas
había sombra y pedernales, y, en ciertos sitios, herramientas, huellas de
labradores enviados por sus madres a territorios innombrables, lejos de la
virtud de los fielatos, que entonces eran habitación de los espías.
Pasaban
trenes en la tarde y su tristeza permanece en mí.
BIBLIOGRAFÍA
ALONSO, Santos, Literatura leonesa actual, Valladolid,
Consejería de Educación y Cultura, Junta de Castilla y León, 1986.
BOURDIEU, Pierre (1992), Las reglas del arte. Génesis y estructura
del campo literario, Barcelona, Anagrama, 1995.
COLINAS, Antonio, “Antonio
Gamoneda, el premio Cervantes conserva con Antonio Colinas”, El Cultural, 19 de abril de 2007.
GAMBARTE, Eduardo Mateo, El concepto de generación literaria,
Madrid, Editorial Síntesis, 1996.
GAMONEDA, Antonio, “Discurso en
la entrega del premio Cervantes 2006”, El
País, 23 de abril de 2007.
GARCÍA JAMBRINA, Luis, La promoción poética de los 50, Madrid,
Espasa, Colección Austral, 2000.
GARCIA DE LA CONCHA, Víctor, “El
último cuarto de siglo en la poesía de Castilla y León”, en Víctor García de la
Concha y otros, Literatura Contemporánea
en Castilla y León, Valladolid, Consejería de Educación y Cultura, Junta de
Castilla y León, 1986, págs. 91-110.
MULEIRO, Vicente, “La
destilación del dolor”, Clarín, 1 de
diciembre de 2006.
NIETO, Juan, “Antonio Gamoneda /
Poeta”, La Voz de Asturias, 15 de
agosto de 2004.
Antonio Gamoneda, estuvo en Atenas para su primer encuentro con el público griego el 8 de febrero de 2008, invitado por el Instituto Cervantes, el portal de poesía poema.eu y la cadena cultural Ianós. Fue presentado por Juan Vicente Piqueras y Konstantinos Paleologos.
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