Desde finales del siglo
pasado, a raíz de la publicación en Francia del libro de Pascale Casanova La République mondiale des Lettres
(París, Seuil, 1999), se empieza a emplear en el ámbito de los estudios
literarios, y más concretamente en el marco de la literatura comparada, con
renovada fuerza el término “literatura mundial”. Dicho sintagma no es nuevo, no
es fruto solo de nuestra era: desde su primera concepción, a principios del
siglo XIX, en el contexto romántico alemán de la mano de Johann Wolfgang von Goethe[1],
hasta, por utilizar un ejemplo relativamente reciente, The Routledge
Companion to World Literature de Theo D’haen, David Damrosch y Djelal Kadir (editores) publicado en 2011, esto es, en
plena era de la globalización, la literatura mundial [Weltliteratur en alemán, World Literature en
inglés] ha recibido numerosas definiciones y ha sido motivo de no menos
numerosas controversias[2]. Sin embargo, coincidimos con César Domínguez
(2012: 2) en que ha sido la publicación del arriba mencionado libro de la
pensadora francesa (y aún más su traducción, en 2004, al inglés[3]) que ha dado un nuevo empuje al antiguo deseo de
estudiar la literatura en su totalidad, como un fenómeno planetario, superando
al mismo tiempo el llamado “comparatismo nacionalista” (Llovet y otros, 2005:
346) que se basa en la comparación de las literaturas nacionales.
No obstante, si bien es verdad,
como ya hemos señalado, que la “literatura mundial” es un término complejo y de
variada interpretación, con casi dos siglos de
antigüedad, que se utiliza para hacer referencia tanto a las obras literarias
maestras que trascienden las fronteras nacionales, como a todas las literaturas
nacionales vistas, leídas y examinadas en su totalidad, también es
verdad que muy poco tiene que ver la aspiración romántica de Goethe y de sus
coetáneos que concebían la poesía como un bien común de la humanidad (haciendo
referencia, claro está, a obras maestras de la literatura occidental europea) o
la pretensión de Marx y Engels (en su Manifiesto
del partido comunista) de que la producción
intelectual de una nación se llegara a convertir en patrimonio común de todos,
con las guerras culturales de distintos núcleos de poder universitario (sobre
todo de países de habla inglesa y francesa) en su anhelo de remodelar el
enfoque geoliterario y democratizar los estudios literarios haciéndose, al
mismo tiempo, con “la hegemonía institucional” (Santos Unamuno, 2012: 8).
Entre Goethe y Casanova,
entre “la suma del legado canonicohistórico occidental” (Llovet y otros,
2005: 344) que proponía el primero como patrimonio universal y el llamamiento
por un “nuevo universo literario” (Casanova, 2001: 454) hay multitud de
“paradas” intermedias, de intentos de agrupación y jerarquización de los
productos literarios: las primeras cátedras de Literatura Comparada en
universidades francesas (en Lyon, en 1897, en Sorbone, en 1910, etc.) cuya
intención, sin embargo, no era tanto la de unir naciones y literaturas sino la
de resaltar la supremacía y el poderío de la producción literaria francesa
frente a las demás literaturas (occidentales), la noción de “Great Books” [“Grandes
Libros”] en las universidades norteamericanas, entendidos ellos como una serie de
obras maestras de la cultura (otra vez) occidental; una idea que se desarrolló
ampliamente en los Estados Unidos gracias a su utilización como herramienta
pedagógica en el ámbito universitario hasta tal punto que “lo que comenzó en la
década de los años veinte como un programa singular de la Universidad de
Columbia creció hasta convertirse en una verdadera cultura pedagógica que
atraviesa el siglo hasta llegar al XXI” (González Ariza, 2013: 129). Tanto en
el paradigma francés de la Literatura Comparada como en el anglosajón de los
Grandes Libros se notaba claramente la preeminencia de los escritores (en su
gran mayoría hombres) de habla francesa (en el primer caso) e inglesa (en el
segundo). En el siglo XX, y sobre todo a partir de las décadas de los años ’50
y ’60, empieza a librarse en el campo literario (y, más ampliamente, en el área
de los estudios culturales) la lucha de distintas categorías de personas que se
sienten (y en su gran mayoría lo son) excluidas de los centros de poder y de
toma de decisiones por articular su propia voz y proponer un nuevo modelo
axiológico de estudio de la literatura mundial que aborde a más literaturas y a
más escritoras y escritores de los llamados “periféricos”. Surgen así la
crítica feminista, los estudios coloniales y poscoloniales, las políticas de la
raza, etc. que abogan por la canonización y la presencia real (y no solo
testimonial) de escritoras y escritores de países que o bien forman parte de la
periferia de la civilización occidental o simplemente pertenecen a otras
civilizaciones (esto es, de países tachados de manera despectiva como
“tercermundistas”) y de las minorias raciales en el canon literario mundial. Es
a raíz de estas reivindicaciones (que él llama de manera despectiva “escuela
del resentimiento”) que emerge, ya desde la década de los ’70, la figura del
profesor de la Universidad de Yale, Harold Bloom que llegó a ser célebre y
discutido, admirado y odiado sobre todo con su The
Western Canon: The Books and School of the Ages[4], un libro cuyo “propósito declarado [era] defender
el canon de la literatura occidental del ataque de la escuela del resentimiento[5]”,
(Gamerro, 2003: 71). Por último, a finales de los años ’70, principios de los
’80 hace su aparición una serie de pensadores (Pierre Bourdieu, Siegfried J.
Schmidt o Itamar Even-Zohar son algunas de las figuras más sobresalientes) que
empiezan a desarrollar la idea del sistema o campo literario puesto que
“entienden la literatura como un sistema socio-cultural y un fenómeno de
carácter comunicativo que se define de manera funcional, es decir, a través de
relaciones establecidas entre los factores interdependientes que conforman el
sistema”, (Iglesias Santos, 1994: 310).
Hay un hilo conductor, un
deseo compartido de ordenar el caos y de concebir la literatura como un sistema
universal, que une la Weltliteratur de Goethe con la tradición
universalista de las universidades francesas a finales del siglo XIX,
principios del XX, la noción de “Great Books” de la universidades estadounidenses
con los estudios poscoloniales, el canon occidental
propuesto por Bloom a mediados de los ’90 con la Teoría de los Polisistemas de Even-Zohar.
Tanto en el debate acerca de qué obras pertenecen (y cuáles no) a la literatura
canonizada, como en el deseo de concebir y estudiar la literatura como un
hipertexto mundial superando las barreras nacionales subyace un denominador
común que no es otro que la preocupación pedagógica acerca de los curricula
(¿qué literatura se enseña a las generaciones venideras de estudiantes?)
mezclada con deseo de descifrar la manera en la que funcionan y se
interrelacionan los textos literarios en las distintas sociedades; pero subyace
también un chauvinismo cultural bastante obvio (son escasos los casos en el que
el objeto de estudio de literatura mundial, global, universal, canónica o como
quiere que se llame, no tenga como punto de referencia, como eje central, la
cultura de la persona o del grupo de personas que estudia el fenómeno[6])
y una lucha, a veces encarnizada, dentro de un ambiente profesional muy
competitivo como es el del mundo universitario, por imponer criterios y hacerse
con la hegemonía institucional.
Con estos antecedentes, y entrados
ya en el contexto actual de la globalización, surgen las obras de pensadores
como la ya mencionada Pascale Casanova o las de Franco Moretti, Edward Said, David
Damrosch y Djelal Kadir para referirnos solo a las figuras más conocidas de
teóricos que se han ocupado del tema de la literatura mundial, que “hacen
evidente la preocupación en los centros de estudio metropolitanos por dar
cuenta crítica de la producción literaria periférica y sus relaciones con las
culturas hegemónicas. Quizás podría juzgarse como el último coletazo del
impulso de desestabilización y democratización del canon que había[n]
configurado los programas de estudio e investigación durante los ochenta y
noventa” (Gómez, 2012: 34). En 2000,
Franco Moretti formulaba una tesis y dos preguntas que nos parecen de suma
importancia a la hora de aproximarnos a las preocupaciones que han conducido a
la noción actual de Weltliteratur: “la literatura que nos rodea es ahora
inconfundiblemente un sistema planetario. La cuestión no es en realidad qué
debemos hacer, sino cómo. ¿Qué significa estudiar la literatura mundial?
¿Cómo lo hacemos?” (Moretti, 2000: 65). Llegados a este punto, a nosotros nos
interesa añadir a las preguntas de Moretti una más: ¿cuál es la posición de los
teóricos españoles en este debate y cómo se afronta en el mundo académico
español la cuestión de la literatura mundial?
Del breve repaso que hemos llevado a cabo en los
párrafos anteriores es notoria la escasa participación en este debate
diacrónico, tanto en lo concerniente a la manera en la que se define y estudia
la literatura mundial como acerca de la composición y vigencia del canon
literario mundial, de figuras significativas procedentes de España[7].
No es que no haya pensadoras y pensadores importantes que se hayan ocupado de
estos asuntos (enseguida pasaremos a presentar a algunas de estas personas),
simplemente su voz y sus argumentos no han adquirido todavía, a escala europea
y mundial, el peso y el reconocimiento que, según nuestro parecer, deberían
tener. La explicación de dicho fenómeno creemos que se debe principalmente a
dos motivos: por una parte, al hecho de que España, a pesar de ser un país de
un pasado literario de enorme importancia, no ha desempeñado, ni él (el país)
ni sus universidades, un papel central en la configuración del canon literario
occidental o mundial y, por otra, al hecho de que la manera en la que se
estudia la inmensa, en cantidad y calidad, literatura escrita en lengua
española (artificialmente dividida en distintas y, a veces, incomunicadas,
literaturas nacionales: argentina, mexicana, uruguaya, española, etc.) obstaculiza,
por no decir que relativiza de entrada, cualquier esfuerzo de los teóricos hispanos
por articular argumentos de peso acerca de la existencia o no de una literatura
mundial. Procuraremos abordar estas dos cuestiones por separado intentando al
final proponer una posible vía española e hispana de intervención original y
decisiva en el debate actual acerca de la concepción y los límites de la literatura
mundial.
Con respecto a la primera cuestión, es obvio que los
teóricos literarios en contadas ocasiones (Claudio Guillén, Jordi Llovet, José
María Pozuelo Yvancos, son algunas de las excepciones que confirman la regla[8])
han sabido (y han podido) intervenir de manera decisiva en el debate acerca del
canon y la literatura mundiales, limitándose en la mayoría de los casos en ser
meros observadores o analistas de lujo del discurso teórico mundial sobre estos
temas. Lo curioso es que en las universidades españolas la implantación, ya
desde los años ’70 del siglo pasado, de asignaturas tales como “Introducción a
los Estudios Literarios” o “Teoría de la Literatura” permitió “el desarrollo de
un discurso teórico que deseaba por todos los medios legitimar un método
distinto, original y heterogéneo en relación con los discursos que habían
estudiado hasta entonces el hecho literario”, (Llovet y otros,
2005: 344). En 1982 Claudio Guillén se vincula a la Universidad
Autónoma de Barcelona como Catedrático extraordinario de Literatura comparada y
desde allí impulsó estos estudios en España y abrió definitavamente una nueva vía de acercamiento
al fenómeno literario en el marco universitario español. No obstante, los
teóricos que se formaron en este sistema educativo (en la actualidad se
pueden cursar estudios de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en
cinco universidades de España[9]) no han conseguido
articular un pensamiento original que traspasara las fronteras españolas bien
porque no han escrito en o no han sido traducidos al inglés, bien porque el
idioma español (y todo lo que se escribe en él) no ha alcanzado aún la difusión
y la importancia que tanto por tradición como por cantidad de hablantes le
corresponde en el contexto mundial. La situación, aparentemente, no tiene visos
de cambio, hasta tal punto que se ha llegado a afirmar rotundamente que “la
academia española manifiesta en la actualidad un desinterés generalizado por
los estudios de literatura mundial [...] Las recientes teorías sobre literatura
mundial son, bien acríticamente celebradas, bien ignoradas, por las academias
de expresión castellana en Hispanoamérica y España”, (Domínguez, 2012: 2-3).
No obstante, los
que vivimos, observamos y estudiamos la situación académica española sabemos
que el estado de la cuestión no es exactamente así: hay, tanto en España como
fuera de ella, un número considerable de teóricos españoles que se preocupan y
se interesan por la literatura mundial, entre otras cosas porque ya son
numerosos los profesores españoles que trabajan en universidades de todo el
planeta y sobre todo de Estados Unidos que son, querémoslo o no, por muy
paradójico que suene, el centro de todo intento de descentralización en los
estudios literarios (no en vano, las ideas de Casanova llegaron a todo el mundo
no tanto con La République mondiale como
con The World Republic, esto es, la
traducción de su obra al inglés y en EE.UU.). Buena muestra de lo que afirmamos
anteriormente nos la da, en los dos últimos años, la publicación de un número
monográfico de la revista Ínsula bajo
el título general de “Literatura mundial: una mirada panhispánica” (números
787-788, julio-agosto de 2012), en el que intervienen, entre otros, Darío
Villanueva, Fernando Cabo Aseguinolaza, Enrique Santos Unamuno y César
Domínguez (para referirnos solo a teóricos que trabajan en universidades
españolas) y la organización en Madrid, en 2013, por parte de la Universidad
Internacional de La Rioja (UNIR) y el Consejo Superior de Investigaciones
Científicas (CSIC), de un congreso internacional bajo el título “La biblioteca
de Occidente en contexto hispánico” en el que, según sus organizadores, se
pretendía componer una lista de los libros que deberían seguir existiendo en
forma impresa en las estanterías de toda familia española cultivada cuando la
lectura digital se hubiera extendido por todo el mundo, pero que en realidad se
aspiraba ofrecer al mundo una respuesta española a los numerosos canones o
listas de “Grandes Libros” que surgen en los Estados Unidos y el mundo
anglosajón en general.
El número doble
que una prestigiosa revista literaria como Ínsula
dedicó al debate acerca de la literatura mundial es un buen indicio de la
introducción dinámica del pensamiento español e hispano, en diálogo siempre con
pensadores de todo el mundo[10], en la discusión
mundial acerca de la vigencia y las limitaciones de la llamada literatura
mundial. Por su parte, el congreso internacional que organizó la UNIR en
colaboración con el CSIC quiso, según nuestro entender, realzar la importancia
de la literatura escrita en español en el contexto de la civilización
occidental[11], aunque sin
querer o sin atreverse a admitirlo públicamente, ya que según palabras del
promotor del congreso, Miguel Ángel Garrido Gallardo: “El congreso, realmente,
no pretendía hacer un canon. Se trata de hacer una biblioteca doméstica y los
criterios son híbridos. No se intentaba decir «estos son los mejores libros
posibles». Eso es una quimera”, (en Gozalo, 2013: 4).
Tanto los
artículos que alberga en sus páginas la revista Ínsula como las actas del congreso internacional sobre “La
biblioteca de Occidente en contexto hispánico” que organizaron la UNIR y el
CSIC constituyen serios indicios de que los profesores universitarios españoles
quieren, saben y pueden articular (todavía con cierta “timidez”) su propio
discurso acerca del canon literario y la literatura mundial desde un punto de
vista (pan)hispánico. No obstante, puesto que “el problema, como siempre,
radica o está en desde dónde y desde quién se establece la valoración o la
universalidad de un texto o de una obra artística”, (Achugar, 206: 201), para
que estas enunciaciones superen las fronteras del mundo hispano y se tengan en
cuenta a nivel mundial, creemos que es prioritaria y fundamental la tarea de pensar
la literatura mundial en español. Pozuelo Yvancos (2009: 88) sostiene que “una peculiaridad muy
definida de la literatura escrita en español, ya sea en América o en España, es
el sentimiento extendido entre los escritores de ambos lados de pertenecer a un
tronco común de experiencias literarias, compartido por los millones de
lectores que les siguen, que no están muy interesados ni preocupados por la
identidad nacional de cada uno de los que escriben en español”[12]. Este mismo
sentimiento de pertenecer a una lengua y a una misma comunidad literaria
sostenemos que debe caracterizar, en primer lugar, a todos los teóricos literarios
de habla hispana si realmente quieren cimentar en bases sólidas y potenciar su
discurso a favor o en contra del canon universal y la literatura mundial.
Sin embargo, para
“pensar la literatura mundial en español[13]” no es,
evidentemente, suficiente contar solo con la producción literaria escrita en
español. Supone además, según nuestro parecer, dar un paso más allá en el
“camino” descrito por Pozuelo Yvancos e incluir bajo el epígrafe de “literatura
mundial en español” a todas las obras literarias que han sido escritas en
español y las demás lenguas oficiales del estado español y todas la obras
literarias traducidas al español y a las demás lenguas oficiales del estado
español. Supone, en
resumidas cuentas, como en todo intento de configuración de una literatura
mundial, reconocer que tal intento no es posible sin un acto de intermediación,
esto es, la traducción, puesto que se
trata de una falacia hablar de “literatura mundial” como si esta se escribiera
o leyera en un solo idioma[14].
Según Antoine Berman, en su célebre La traducción y la letra o el albergue de lo lejano [15], los románticos
alemanes se sirvieron de la traducción para afirmar y ampliar su lengua materna
y su cultura (Bildung), porque sabían muy bien que la
traducción es el principal canal de comunicación entre espacios literarios y la
actividad literaria que instituye la “literatura mundial”. Este mismo
planteamiento lo retoman muchos otros pensadores que otorgan a la traducción un lugar central en el panorama
literario mundial como, por ejemplo, Steiner (2001) que sostiene que percibe la
literatura comparada como un arte de comprender al otro que está centrado en
los logros y fracasos de la traducción o Casanova que no duda en resaltar que:
“el reconocimiento crítico y la traducción son armas en la lucha por y para el
capital literario”, (2001: 39). Por su parte, la traductora y traductóloga Edith Grossman insiste en
que “la traducción desempeña un papel inimitable y esencial en la expansión de
los horizontes literarios a través de la fertilización multilingüe. Sin ella
sería inconcebible una comunidad mundial de escritores”, (2011: 35-36).
Aunque existen teóricos hispanos que consideran que
“la práctica de la literatura mundial en traducción, en el mejor de los casos,
es simplemente reduccionista y, en el peor, una expresión de imperialismo
cultural”, (Valdés, 2012: 11), nosostros estamos convencidos de que un país
multilingüe y multicultural como España y una cultura multiétnica como la
hispánica no solo no pueden prescindir de la traducción[16]
sino que la necesitan para unir fuerzas y afianzar su posición en el universo
literario tanto para compartir como para debatir los argumentos que abogan a
favor o en contra de la existencia de una literatura mundial.
Pensar la literatura mundial
en inglés, español, griego... (tal como la planteamos más arriba, incluyendo,
en cada idioma, al mismo tiempo obras originales y traducciones) es de momento la
única manera posible de construir,
con la ayuda de la traducción, las distintas y plurales “literaturas mundiales”,
evitando al mismo tiempo el peligro reduccionista de una sola literatura universal,
monolingüe, unidimensional y eurocéntrica y
otorgando peso al discurso teórico de la periferia en la cual pertenece,
querémoslo o no, España[17].
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[1] En su Gespräche mit J. P. Eckermann [Conversaciones
con J. P. Eckermann] de 1827.
[2]
Por ejemplo, Franco Moretti la concibe como “un sistema planetario”, (2000: 65)
mientras que para David Damrosch “World literature has often been seen in one
or more of three ways: as an established body of classics, as an evolving canon of masterpieces, or as a multiple windows
on the world”, (2003: 15). Hugo Achugar (2006: 209)
la rechaza como “un producto [...] del momento histórico que vive la clase
media académica en partes de Occidente y algunas de sus periferias” y, por
último, Walter D. Mignolo, muy crítico con ella, la ve como un sistema que “no
opera por sí mismo, sino que se controla desde un centro de enunciación, esto
es, agentes, instituciones y categorías de pensamientos asentadas en la
construcción de la civilización occidental”, (2012: 29).
[3] The World Republic of
Letters, en traducción de M. B. DeBevoise,
editado en 2004 por Harvard University Press.
[4] Publicado en Nueva York, en 1994, por Harcourt Brace and Company.
[5] Seis son, según Bloom, los grupos que componen dicha escuela: los
marxistas, los semióticos, los deconstruccionistas, las feministas, los
lacanianos y los nuevos historicistas.
[6] “La determinación del canon puede también verse influida por aspectos
ideológicos; quien realiza el canon puede, voluntaria o involuntariamente,
sesgar su visión hacia sus gustos, intereses o conocimiento de la literatura”,
(Núñez, 2013: 184)
[7] Dicha observación se puede hacer extensible a todo el mundo hispano. En
este caso la excepción que confirma la regla sería el escritor y pensador
mexicano Alfonso Reyes, maestro, junto con Claudio Guillén, del comparatismo
hispánico, según Mario J. Valdés (2012: 9). No obstante, también es verdad que
a lo largo de las últimas décadas van emergiendo, en el debate acerca de la
literatura mundial, figuras muy importantes del mundo hispanoamericano, como el
propio Valdés o Walter D. Mignolo (pensadores que en la mayoría de los casos trabajan
en universidades norteamericanas).
[8] Claudio Guillén (1924-2007), que prefería emplear el término
“literatura del mundo” en vez de “literatura mundial”, durante casi medio
siglo, desde el lejano 1957 cuando escribía su famoso artículo “Literatura como
sistema” (Filología Romanza, número
4) hasta su libro de referencia Entre lo
uno y lo diverso. Introducción a la Literatura Comparada (Barcelona,
Tusquets, 2005), fue la persona que marcó el pensamiento español en el campo de
la literatura comparada. Jordi Llovet (1947) a su vez fue catedrático de Teoría
de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Barcelona (además
de filósofo, ensayista y traductor) y, entre otras cosas, fue coordinador de un
tomo colectivo, Teoría literaria y
literatura comparada (Barcelona, Ariel, 2005) que ya es todo un clásico en
la bibliografía española. José María Pozuelo Yvancos (1952) es catedrático de
Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Murcia y
uno de los primeros teóricos que se ocuparon en España del tema del canon. Su
libro más significativo es Teoría del
canon y literatura española (Madrid, Cátedra, 2000, en coautoría con Rosa
María Aradra Sánchez).
[9] Se trata de la Universidad de Valladolid, la Autónoma de Barcelona, la
Complutense de Madrid, la Universidad de Extremadura y la Universidad de
Granada.
[10] En el mismo número de la revista se incluyen artículos de teóricos
como Theo D’haen, Djelal Kadir o Mariano Siskind, entre otros.
[11] No en vano, 29 de las 100 obras maestras de la literatura occidental
tal como se presentan en el número 144 de la Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, escogidas por el
catedrático de Semiótica Miguel Ángel Garrido Gallardo (que, no obstante, no
especifica los criterios de la elección), han sido escritas en español (25
españolas y 4 hispanoamericanas).
[12] “Soy un escritor peruano que nació en Sevilla
cuando tenía 23 años, y que precisamente por vivir en Europa descubrió el valor
de sus raíces”, declaraba muy elocuentemente en 2011 Fernando Iwasaki, uno de
los muchos escritores en lengua española que, por haber nacido en un país y
vivir en otro, presentan “dificultades” a la hora de definir su “nacionalidad”
literaria.
[13] O en cualquier otro idioma, según el caso.
[14] Idioma que, evidentemente, sería, en nuestra era, el inglés: “Son
numerosas las antologías de literatura de diversos países y lenguas traducidas
al inglés que suelen venderse como literatura mundial”, apuntaba recientemente
M. J. Valdés (2012: 11).
[16] De hecho, según datos del Observatorio de la
Lectura y el Libro (AA.VV., 2012b), más del 30% de las obras literarias que se
editan en España cada año son traducciones.
[17] “Hoy día «Europa» es en sí misma, por lo que a sus literaturas
concierne, un concepto ya muy limitado, que se circunscribe a unas pocas
literaturas modernas «mayores», cinco para ser más exactos, de las cuales dos,
y no es coincidencia que sean las más meridionales, juegan un papel secundario
con respecto a las otras tres. Es más, a la literatura española se le reconoce
incluso un lugar menos destacado que a la italiana”, (D’haen, 2012: 17).
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