Κυριακή 29 Δεκεμβρίου 2019

Stathis Koutsounis: Cerezas


Stathis Koutsounis

Cerezas

¿Vamos a por cerezas?
La propuesta tuvo lugar en el único recreo del horario de tarde. Eran alrededor de las cuatro y en una hora saldríamos de clase. Lo propuso Diamandís. No a todos, solo a Dina, a Yanis y a mí. No sé si nos escogió o si simplemente se topó de casualidad con nosotros en el mismo momento en que le vino la idea. Diamandís era un año mayor y mucho más alto y robusto que nosotros. Había suspendido y repetía curso. Estábamos en segundo de primaria.
La reacción fue entusiástica.
Síííííí exclamamos todos a la vez, sin pensarlo.
Durante la hora de la clase estaba tan emocionado que no le prestaba atención a la maestra, una mujer gorda y cascarrabias, con un moño en lo alto de la cabeza que parecía un casco medieval. Me gustaba mucho Dina, quería estar con ella todo el rato, pero Diamandís también le tenía el ojo echado. A mí él me caía mal, me fastidiaba que casi todas nuestras compañeras de clase lo rondaran descaradamente. Dina era una chica guapa y jovial, con la piel clara como el trigo, labios carnosos y ojos de un profundo color azulado. Cuando la miraba me sentía alterado, aunque no entendía por qué. Por el camino me asaltó otro miedo. Solo teníamos un cerezo, en la parte alta del pueblo, cerca de la casa de Diamandís, pero era enorme. ¿Sería capaz de subirme? Y qué vergüenza, delante de Dina, si no lo conseguía…
Por el camino íbamos chinchándonos.
Vamos a subir a Dina al cerezo, que nos eche las cerezas para comérnoslas dijo Yanis en un momento dado.
Sí, claro… respondió ella entre risas.
Nada más llegar, Diamandís trepó al árbol como un felino y llegó rápido a la copa. Todos lo mirábamos con admiración y envidia. Tras dos o tres intentos fallidos, Yanis también lo consiguió.
Yo ni siquiera lo intenté. Estaba avergonzado pero intentaba aparentar indiferencia. Miraba discretamente a Dina; por suerte, no me hizo ningún comentario. Admiraba la bonita falda plisada y sus piernas esbeltas. Los otros arriba estaban comiendo y, de cuando en cuando, junto con los huesos que escupían, dejaban caer también alguna cereza. Yo las recogía y se las ofrecía cortésmente a ella. Sonreía con recogijo y las masticaba ávidamente. Se le pusieron los labios rojos del jugo, como si llevara pintalabios.
Venga, come tú también me decía.
A mí lo único que me importaba era complacerla, ganarme su simpatía.
En un momento dado escuchamos una voz gritar desde lo alto.
¡Dina!
Vemos entonces a Diamandís, que sostenía un puñado enorme de cerezas en las manos.
Toma, cógelas le dice, y las deja caer separando las manos.
Las cerezas nos llovieron encima. Brillaban al azul del cielo como pequeños globos rojos que chocaban unos con otros y se desperdigaban por todas partes, describiendo órbitas desordenadas. Ni alzando los brazos conseguíamos atrapar más de una o dos, y había más de veinte. Entonces Dina, en un acto reflejo, se levanta de repente la falda para coger el mayor número de cerezas posible, formando un canasto de tela.
Por una fracción de segundo veo sus piernas por encima de la rodilla, allí donde nunca las había visto: dos torrentes moldeados blancos como la nieve y, en el punto donde confluían, en medio de un prado de césped rubio, una gran cereza alargada de color rosa, rajada por delante de arriba a abajo.
Se me cortó el aliento. Me mareé y me quedé sin habla. No podía entender cómo exactamente había llegado allí, entre sus piernas, aquella extraña cereza. El corazón me latía con fuerza y se me empezaron a entumecer los miembros.
Mientras tanto ella, con una amplia sonrisa, venga, me dice, coge, y me tiende la falda, llena de cerezas.


Fuente: Μικροκύματα, 99+1 minicuentos de los escritores de la Asociación Griega de Autores. Edición de periódico H Εφημερίδα των Συντακτών, 2019.

Stathis Koutsounis [Στάθης Κουτσούνης] (1959) es poeta y ensayista. Trabaja en la educación secundaria privada.


Traducción: Natalia Velasco Urquiza
Revisión: Konstantinos Paleologos

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