Antes de intentar describir la situación y el papel de
las mujeres en América Latina durante el siglo XIX, cabe aclarar que las
sociedades latinoamericanas de aquella época presentaban una estructura
piramidal, estando jerárquicamente organizadas en estamentos; es decir que
había diferencias en el nivel de vida entre blancas, criollas, mestizas,
mulatas, negras e indígenas. Sin embargo, y aparte de las diferencias de casta,
la situación de las mujeres reflejaba el pensamiento occidental y cristiano
impuesto en Hispanoamérica, según el cual el papel social de la mujer quedaba
limitado al ámbito familiar –su responsabilidad era la atención del hogar, la
crianza de los hijos y la fidelidad matrimonial– circunstancia que no cambió
mucho hasta finales del siglo XIX[1]. No hay
que olvidar que la sociedad de aquella época era machista, es decir, los
hombres ponían las reglas y las mujeres no podían sino aceptarlas – no había
manera de escape. Asimismo, puesto que la historia de aquella época ha sido
escrita por hombres, no hubo referencia a ninguna mujer que destacara en la
lucha por la Independencia[2]; las
narrativas fundadoras nacionalistas de los países hispanoamericanos tuvieron
como protagonistas centrales a los hombres, soldados y ciudadanos, “mientras
que a las mujeres se les reservó el papel de madres patriotas”[3].
Sin
embargo, el autor mexicano José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827),
escribiendo en medio de la lucha por la Independencia, hace referencia a la
participación de cinco mujeres –María Josefa Huerta Escalante, Leona Vicario,
Mariana Rodríguez de Lazarín, María Fermina Rivera y Manuela Herrera– en dicha
lucha, en su obra Calendario para el año
de 1825 dedicado a las señoritas, especialmente a las patriotas por el Pensador
Mexicano. Lizardi señala que en el sexo femenino “se halla / lo sabio, lo
discreto / lo valiente, lo heroico, / lo sagaz y halagüeño”[4].
A pesar de
que el siglo XIX en América Latina se ha
caracterizado con frecuencia como una época de avances y emancipación para las
mujeres, la verdad es que en los Códigos Civiles de la época las mujeres
perdieron muchos de los privilegios que la legislación colonial les brindaba.
La libertad y la igualdad proclamadas en las Constituciones nacionales solo
beneficiaban a las élites blancas y masculinas[5]. La
estratificación social y la posición socioeconómica de las mujeres determinaban
su papel: trabajadoras, esclavas, prostitutas, vendedoras callejeras,
sirvientas, costureras, obreras tabacaleras o curanderas, entre otros. Por otra
parte, el matrimonio, a pesar de la protección económica que ofrecía a las
mujeres, al mismo tiempo reducía su derecho a la autodeterminación, ya que las
mujeres casadas no podían deambular por las calles sin la compañía de su marido[6].
Ahora bien, es
indudable que uno de los temas críticos relacionados con la situación de la
mujer fue su acceso limitado a la educación; las mujeres tenían derecho a una
instrucción primaria muy elemental – solo aprendían a coser, leer y contar. No
obstante, hay que subrayar que el siglo XIX abre perspectivas nuevas para las
mujeres, sobre todo en el terreno de la educación; se considera necesario
educar a las mujeres, para que ellas puedan desempeñar su papel de madre
responsable, esposa ahorrativa y compañera útil para el hombre, en beneficio de
la familia y la sociedad[7]. Por lo
tanto, el currículo de las escuelas primarias incluía el estudio de las
llamadas asignaturas “propias de la mujer”, que consistían en el aprendizaje de
bordados, costuras, tejido de sombreros, planchado de ropa y en algunos
colegios de la élite se ofrecían además clases de adorno, como piano, pintura y
dibujo[8]. Así y
todo, el acceso de las mujeres a los estudios universitarios –al igual que el
derecho a voto– les estuvo vedado hasta bien entrado el siglo XX. Aun así, hubo
mujeres que exigieron una educación intelectual que fuera más allá de las
cuestiones del hogar. Cabe mencionar que en 1832 se inauguró en Bogotá el
Colegio de la Merced, “considerado el primer centro oficial de cultura superior
para la mujer en América”[9].
Hay que hacer
notar que el retraso cultural en el que se hallaba la mujer latinoamericana
decimonónica se refleja en las obras de unas escritoras significantes de la
época, como fue el caso de la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873),
quien afirmaba que la mujer de su época seguía injustamente “proscrita del
templo de los conocimientos profundos”, mientras que en América había “multitud
de nombres de distinguidas hembras” que sostenían el movimiento intelectual[10]. Gómez
de Avellaneda fue educada por tutores, “se rebeló contra los prejuicios y las
convenciones sociales de su época”, fue la primera en publicar una novela
antiesclavista (Sab, 1841) y la
primera en crear una novela “indianista” de mérito literario (Guatimozín, último emperador de México,
1846)[11];
además, fue poetisa y dramaturga. Una educación igualitaria para el hombre y la
mujer la exigía también la española Concepción Arenal (1820-1893), fundadora
del feminismo, al igual que la peruana Clorinda Matto de Turner (1852-1909),
quien luchó por mejorar la situación de la mujer, sosteniendo que la mujer
debía instruirse para ser mejor esposa y madre y para serle útil a la sociedad.
Matto de Turner “usó la pluma, dentro de las limitaciones impuestas por la
época, para proponer un cambio en el destino de dos de sus sectores [de la
realidad nacional] más marginados: el indígena y la mujer”[12]. En la
“hoja suelta” Para ellas, contenida
en su primer libro[13], la
autora incita a las mujeres a educarse: “Mujeres, ilustraos, aspirad a la
gloria”.
Asimismo, hay que
hacer referencia (a pesar de que la obra de las mujeres mencionadas a
continuación se extiende en el siglo XX) a la poetisa uruguaya Delmira Agustini
(1886-1914), una niña precoz, alumna de Horacio Quiroga, que expresa en sus
versos la sensualidad y el erotismo femenino, la argentina Alfonsina Storni
(1892-1938) –en cuya poesía alternan el erotismo y la animosidad hacia el otro
sexo–, la chilena Gabriela Mistral (1889-1957), premio Nobel de Literatura en
1945 y gran representante de su país en el extranjero, al igual que a Ibarbourou y María Eugenia Vaz Ferreira[14].
Aparte del papel de dichas mujeres, las revistas femeninas (La Argentina, 1830, El semanario de las señoritas mexicanas, 1836) que se pusieron en
circulación en el período objeto de estudio desempeñaron un papel importante en
la toma de conciencia de las mujeres[15]. Para resumir, hay que hacer notar que la evolución de la
situación de las mujeres en América Latina durante el siglo XIX es innegable,
pero siempre hay que tener como punto de referencia las condiciones y la
mentalidad de la época. De todas formas, los logros y las reformas sociales
siempre se consiguen a través de luchas y necesitan tiempo y, aún más, cuando
se trata de cambiar la mentalidad paternalista, una tendencia tan bien
arraigada en la sociedad durante siglos.
BIBLIOGRAFÍA
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Barrancos, Dora, “Introducción” en Morant, Isabel (dir.), Historia de las mujeres en España y América Latina, Vol. III, Del siglo
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Fernández de Lizardi y la educación de las mujeres: notas sobre las heroínas
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González, Nelly Estela, “El siglo XIX. Una aproximación a
la imagen de la mujer hispanoamericana. El caso de la mujer correntina”,
en http://www.fazendogenero.ufsc.br/7/artigos/N/Nelly_Estela_Gonzalez_46.pdf.
[1] González, N. E., “El siglo
XIX. Una aproximación a la imagen de la mujer hispanoamericana. El
caso de la mujer correntina”, en http://www.fazendogenero
.ufsc.br/7/artigos/N/Nelly_Estela_Gonzalez_46.pdf.
[2]
Crida, C., “La cultura hispanoamericana en el siglo XIX”, en C. Crida, R. Rodríguez, A. Vargas, Πολιτισμός της Λατινικής Αμερικής. Εγχειρίδιο Μελέτης, Patras, EAP, 2002, p. 140.
[3]
Cano, G. y Barrancos, D., “Introducción” en Morant, Isabel (dir.), Historia de las mujeres en España y América
Latina, Vol. III, Del siglo XIX a los umbrales del XX, parte VII, Cátedra,
Madrid, 2006, p. 548.
[4] Galván G., Columba C., “José Joaquín Fernández de
Lizardi y la educación de las mujeres: notas sobre las heroínas mexicanas”, en Asociación Internacional de Hispanistas,
Actas XII, 1995, pp. 204-208, en http://cvc.cervantes.es/literatura/
aih/pdf/12/aih_12_6_030.pdf.
[5]
Cano, G. y Barrancos, D., op. cit.,
pp. 548-549.
[6] Ibídem, pp. 550-552.
[7]
Galván Gaytán, C. C., op. cit.
[8] Rodríguez Rosales, I., en http://www.dariana.com/diccionario/isolda_rodriguez4
[9]
Foz y Foz, Pilar, “Educación de la mujer”, en Barba, E. M. y otros, Iberoamérica, una comunidad, tomo 2,
Ediciones de Cultura Hispánica, Madrid, 1989, p. 664.
[10] Ibídem, p. 659.
[11]
Chang-Rodríguez R., Filer M., Voces de
Hispanoamérica. Antología Literaria, Boston, Cengage Learning Heinle, 2013, p. 161.
[12] Ibídem, pp. 194-196.
[13] Tradiciones cuzqueñas, leyendas, biografías y
hojas sueltas (Arequipa, 1884), en Chang-Rodríguez
R., Filer M., Voces de Hispanoamérica.
Antología Literaria, Heinle, 2013, pp. 194-97.
[15] Galeana, P., “La lucha de las
mujeres latinoamericanas, democracia y derechos humanos”, en Latinoamérica 38,
México 2004/1, pp. 207-216, http://www.
cialc.unam.mx/web_latino_final/archivo_pdf/Lat38-207.pdf.
Alexandra Golfinopoulou ha estudiado Historia y Arqueología en la Universidad Kapodistríaca de Atenas, Lengua y Civilización Españolas en la Universidad Abierta de Grecia y ha realizado estudios de posgrado en “Traducción, Comunicación y Mundo Editorial” en el Departamento de Lengua y Literatura Italianas de la Universidad Aristóteles de Salónica.
Ha traducido al griego obras de Carlos Vitale, Angélica Liddell, Quim Monzó, Andrés Neuman y Enric Nolla.
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