Παρασκευή 11 Ιουλίου 2025

Romance apasionado, de Konstantinos Paleologos

 

Romance apasionado


ESCENA PRIMERA

El narrador, que mueve los hilos de la trama con la habilidad de un naturalista del siglo XIX, los ha situado estratégicamente en esa azotea en el centro de la ciudad, en una tarde-noche de junio. Estratégicamente significa que él está sentado justo detrás de ella. No hay más de veinte personas, repartidas en los 60 asientos (seis filas de diez asientos con un pasillo en medio). Están esperando que empiece la presentación de un libro que ambos han leído – a ella le tomó mucho más tiempo terminarlo, él lo leyó en diagonal. El narrador ha planteado en su fértil (?) imaginación el inicio de un apasionado romance entre ellos dos, que se iniciará en el momento mismo en el que ella se girará (más, todo hay que decirlo, por irresistible curiosidad de ver a la persona que, a pesar de los tantos asientos vacíos, ha ido a sentarse justo detrás de ella) para recoger el libro que él había dejado caer con un ruido seco sobre las baldosas del suelo, todavía calientes por el implacable sol del mediodía, en un intento (exitoso como se demuestra por el resultado) de atraer su atención.

 

ESCENA SEGUNDA

El narrador, que salta de trama en trama con una voracidad insaciable (actualmente trabaja mentalmente en tres novelas y alrededor de una docena de relatos cortos), se desentiende muy rápido de esta pareja de bibliófilos y los abandona antes siquiera de que comience la presentación del libro, aunque ya le ha dado tiempo de sentarlos el uno al lado de la otra: “¿Por qué no se sienta aquí al lado, así podrá ver mejor?”, le dice ella. Ambos, sin saber el por qué, experimentan desde hace unos minutos una mayor libertad de movimientos y, lo más importante, aunque no lo comentan entre sí, han adquirido una sorprendente capacidad de replantearse las cosas. Entonces deciden, conspirando como escolares que hacen novillos, que la presentación no les interesa mucho y (por iniciativa de él) se levantan y se dirigen al ascensor. El autor de la novela que se presenta, sentado entre una periodista cultural y el traductor del libro al griego, no se siente muy halagado, por supuesto, al ver a los dos fugitivos alejándose, pero ¿desde cuándo nos importan sus sentimientos? (en cambio, sí le importan –y mucho– al narrador que acaba de concebir un apasionado romance [no lo hemos comentado, pero es obvio que el narrador es de alcance limitado en cuanto a la elección de la temática de sus historias] entre el autor y la periodista)

 

ESCENA TERCERA

Él y ella ya no son él y ella. Están tomando un vino blanco en la terraza de un bar, no lejos del sitio de la presentación, y ya se han presentado, pero, como el narrador los ha abandonado a su suerte, nosotr@s, los lectores y las lectoras de estas escenas, nunca sabremos sus nombres porque llegamos algo tarde a la calle peatonal donde él y ella toman sentados su vino. Nos dará tiempo, sin embargo, de ver que ahora sus asientos están un poco más cerca que antes, en el lugar de la presentación, y que, en algún momento, él, que se bebe el vino más lentamente, toma la copa vacía de ella y le deja delante la suya. Viendo que la conversación entre ambos ha empezado a tomar un tono más íntimo, nosotr@s, los lectores y las lectoras, que de ninguna manera queremos adoptar el papel intervencionista y manipulador del narrador, nos disponemos a marchar, cuando de repente vemos a la pareja (uy, hemos empezado a insertar palabras emocionalmente cargadas en nuestro discurso) levantarse, pagar (ella) y marcharse (él le pasa fugazmente el brazo por la cintura, de una manera que insinúa que la situación evoluciona a un ritmo bastante veloz).

 

ESCENA CUARTA

No conseguimos evitarlo, después de todo, la estación de metro estaba en la misma dirección: bajamos con ellos por la calle peatonal, en dirección a la plaza del Ayuntamiento. Iban un poco más adelante. A veces se tocaban, ligeramente. Pero estos toques no eran el indicio más importante de una cercanía cada vez mayor entre ellos. Las miradas, las miradas sonrientes que intercambiaban eran un testimonio mucho más elocuente de un romance apasionado (al parecer, en nuestro interior se esconde un narrador naturalista) que estaba naciendo. Justo antes de llegar a la plaza, se detuvieron frente a un hotel enorme y descolorido. Se acercaron cara a cara por un momento y luego ella se dirigió hacia la entrada giratoria. “Volveré pronto, ¿sabes?” le dijo antes de dejarse absorber por sus alas de cristal. “No me amenaces”, respondió él sonriendo de un modo que decía no tardes en hacerlo.

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